lunes, 6 de marzo de 2017

La Luna Incompleta

  “El hombre estaba satisfecho con su obra. Durante 12 años estuvo colocando piedra sobre piedra y amalgama de arcilla y arena. Construyó su torre en silencio y con paciencia. La luna aparecía cada noche y observaba curiosa al incansable constructor. El hombre la contemplaba con admiración y una leve sonrisa. Estaba seguro de sí mismo. Él era capaz de lograr cualquier cosa y no descansaría hasta lograr su objetivo. Solo se detendría para comer y dormir.
  Durante años trabajó sin hablar, ni tener contacto con nadie. No se dió cuenta cuando olvidó su lengua y su idioma. También dejó atrás su arte y su música. Poco a poco su ropa comenzó a desgarrarse y a convertirse en harapos. Mas, la torre seguía creciendo y tomando altura.
  Cada día, el trabajo era más y más difícil para el hombre. Cada día debía subir y bajar un mayor número de peldaños. El cansancio comenzó a hacerse notar, pero él no se detenía.
  Una vez no pudo más y tropezó. Cayó por la escalera hasta la base de la torre. Se rompió varios huesos y quedó ahí tendido. Pensó en rendirse. Volver a su patria lejana. Recordó a sus padres. Abrazados, siempre sonriendo. Los extrañaba. Lloró una semana completa al borde de un manantial. Su amada luna lo contemplaba desde lo alto, reflejándose en el agua. Impasible.
  El hombre recuperó sus fuerzas, reafirmó su fe y reinició su trabajo. Desde entonces necesitó de un bastón para caminar y desplazarse.
  Pero hoy todo era diferente. Estaba alegre porque todo eso ya era parte de su pasado. Su obra estaba completa.
  La torre se erguía sobre la colina de manera sorprendente. Desde la base no podía distinguirse la punta y desde arriba el panorama era tan amplio que se podía distinguir la curvatura de la tierra. Sin duda, no había mejor lugar en la tierra para encontrarse con ella. Su amada Luna.
  Ella estaba ahí, en lo alto del cielo. Hermosa y radiante. Sonriente y compasiva. Expectante e impaciente, como si todos estos años hubiera esperado este momento.
  El hombre la sintió ansiosa y abrió la boca para decir algo. Mas ningún ruido salió de su boca. No recordaba palabras, ni su voz. Dentro de su corazón y su mente estaban claras sus motivaciones y su pasión, pero no fue capaz de expresarlo de manera elocuente. Sólo logró dar un par de gruñidos y balbuceos sin sentido. El hombre no entendía nada y comenzó a desesperarse. Buscó entre sus viejas pertenencias y encontró la pequeña flauta de madera que tocaba cuando niño. Se llevó el instrumento a los labios e intentó demostrarle su amor, pero la música que salió de su alma tenía las notas desafinadas y rotas.
  La luna contemplaba sonriente desde su cielo y, con una mirada tierna y bondadosa, prosiguió su camino, como todos los días. El hombre contempló su trayectoria final con impotencia y lágrimas en sus ojos. Su trabajo no fué suficiente. Su fabulosa torre no tenía sentido. Miró en su interior y el autoestima estaba destruída. No era lo suficientemente bueno para ella. Estaba claro. Era solo un hombre y ella era una diosa. Por más asombrosa que fuera su obra, seguía siendo terrenal y ordinaria. Él estaba envejeciendo. Estaba cojo y sumido en la pobreza. ¡Qué desastre!
  Subió a lo alto de la torre y, antes de saltar, la contempló por última vez. Ahí, en el horizonte, desaparecía su preciosa luna menguante. Una luna incompleta.”

jueves, 2 de marzo de 2017

Una Historia Incompleta

  "Belt era el nombre incompleto de un joven incompleto. Fue el hijo prematuro de una historia de amor interrumpida. Cuando era un bebé, Belt comenzaba a llorar, pero el llanto nunca se concretaba y su madre lo miraba con curiosidad mientras le ofrecía el biberón que el niño soltaba antes del último sorbo.
  Para algunas cosas era apresurado. Para otras impaciente. Pero la mayoría de las veces sólo era distraído. Un día era un botón de su camisa o un cordón suelto en su zapato. Otros días eran una frase truncada, un estornudo inconcluso o el fragmento de un silbido para una canción sin fin. Antes de completar cualquier tarea o acción, empezaba otra nueva que, seguramente, también quedaría incompleta.
  Esta particular característica no era impedimento para que Belt se desarrollara, ya que tempranamente se había dado cuenta de que, a pesar de que interrumpiera sus actividades, estudios, tareas, proyectos y los dejara inconclusos, el mundo seguía su curso.
***
  Una noche, un joven Belt subió a la cima de la colina para encontrarse con el universo y consigo mismo. Quería pensar qué hacer con su vida y lo demás.
  Dejó que la brisa fresca le acariciara su piel morena e hiciera ondular su irregular cabello. Ese mismo día intentó cortarlo, pero dejó unos trazos largos pensando en corregirlo en otro momento. Inesperadamente, el extraño corte de cabello le daba un estilo particular.
  De pronto escuchó una voz en medio de su introspección.
  -¡Ey, chico! ¿Qué haces a altas horas de la noche en mi colina? -la voz era de un viejo vestido con una capa. Se apoyaba en una gruesa rama de árbol a modo de bastón.
  -¿Tu colina?, Oh, lo siento señor, no sabía que era suya. -dijo Belt con inocencia y honestidad.
  -Pues mía es -replicó el viejo-. Llegué aquí hace tiempos inmemoriales mientras buscaba la manera de llegar a la luna. Como podrás ver, desde aquí tienes una magnífica vista del cielo.- Belt miró al cielo, contempló la brillante luna llena y admiró su belleza.
  -¿Lograste llegar a ella? -preguntó el joven con esperanza.
  -¡Oh no! -dijo el viejo con un aire levemente cómico-. Pero solo los dioses saben cuánto lo intenté-, y apuntó con el bastón hacia una aguda torre que se erguía a la derecha de la colina. Belt no la había notado antes, pero allí estaba, delgada y afilada elevándose de la tierra hasta perderse de vista. Belt se imaginó una larguísima escalera de caracol con infinitos peldaños dentro.
  -¿Impresionante, no? -dijo el ermitaño con orgullo-. Mas no fue suficiente.
  -¿Qué pasó entonces? -preguntó Belt con esa ansiedad provocada por la historia que escuchaba. Admiraba la motivación del viejo, pero le preocupaba y se apenaba de que no hubiera podido cumplir su objetivo.
  -Un día, cansado, me senté en esta colina a pensar. Me cuestioné el por qué hacía todo lo que hacía. Ciertamente yo amaba a la luna y por eso intentaba llegar a ella. Pero el universo me estaba enseñando algo y yo solo debía escuchar y aprender. -El hombre miró al horizonte y suspiró. Belt notó el peso de los años en ese suspiro y se quedó en silencio. Entonces el ermitaño sacó una delgada flauta de madera y comenzó a tocar una dulce melodía. El sonido era bellísimo y hacía erizar el cabello del joven que escuchaba cautivado las sensibles notas que vibraban en el aire.
  De pronto la vio. La Luna, en forma de mujer, comenzó a descender flotando desde el cielo y se sentó en una roca cercana. Era hermosa y de facciones delicadas, Su piel blanca como la leche emitía un leve brillo que formaba un halo alrededor de su podio. Su vestido blanco y su largo cabello plateado flotaban en el aire como si estuviera bajo el agua, haciendo leves ondas, subiendo y bajando aleatoriamente. La Luna escuchaba con los ojos cerrados, extasiada por la música.
  Al finalizar la canción, la mujer aplaudió con el entusiasmo de una niña pequeña. El viejo haciendo un elegante ademán de su capa, hizo una reverencia, se acercó a la mujer y le besó la mano.
  -¡Más, más! -pidió alegremente la Luna-, ¡más música!-. Entonces Belt lo entendió como sólo él sabía entender las cosas. Con fragmentos dispersos de su mente hizo un mapa, un itinerario y salió corriendo cuando el hombre ya tocaba una segunda melodía, esta vez un poco más alegre. El hombre lo miró de reojo con curiosidad. Esperaba más preguntas del chico. También hubiera querido enseñarles algunas cosas de lo que había aprendido, pero ya estaba lejos, y él ya estaba con la Luna, como cada primer jueves de cada mes. Y ya no le importaba nada más.
***
  Belt caminaba decidido. Debía viajar ahora. Tenía que comenzar su búsqueda lo antes posible. Pensó en el ermitaño y la luna. Pensó en la perseverancia y en la pasión. Su mente definía caminos, tomaba decisiones, consideraba ramificaciones y aceleraba el paso, cuando algo lo distrajo. En la amplia terraza que estaba al frente a la estación de trenes, notó un grupo de personas observando un espectáculo de baile. Tres jóvenes parejas bailaban tango al ritmo de un cuarteto de músicos que tocaban e interpretaban apasionadamente una canción que hablaba de la experiencia humana universal. La representación atrapó la atención de Belt que se hizo paso entre la gente hasta llegar a la primera fila donde observó maravillado.
  -Es hermoso, no?, -dijo una bella muchacha que estaba a su lado. Belt se volteó y miró su rostro. -Pienso que es algo mágico, -prosiguió ella sin dejar de mirar la danza que se desarrollaba en la plaza nocturna. -...dos personas enlazadas, moviéndose como si fueran uno al ritmo de un compás nostálgico... -Belt estaba absorto mirando el ámbar de sus ojos que brillaban con las luces del escenario. El perfil de la joven era afilado, con un aire de dama victoriana y usaba el pelo tomado en una cola. -...Mi padre solía decir que el tango es un pensamiento triste que se baila. -dijo la joven girando su mirada hacia los ojos de Belt. Pestañeó un par de veces y sus ojos volvieron al escenario. -Estoy segura que él leyó esa frase en algún periódico, ya que no era el tipo de personas que inventara sus propias metáforas… pero era un excelente bailarín de tango.
  En ese momento los bailarines de la plazoleta hacen el paso final de la canción y todos aplauden con entusiasmo. Ambos jóvenes también aplaudieron con ganas. La chica hasta dio unos chiflidos para vitorear al grupo artístico. Entonces los artistas se mezclaron con el público buscando improvisadas parejas de baile. Sin pensarlo, la joven tomó de la mano a Belt, lo llevó al escenario y se enlazó a él, tomando la postura. El corazón del muchacho comenzó a latir con fuerza amenazando con salir volando del pecho.
  -Pero… pero yo no sé… -alcanzó a balbucear el jóven mientras el violín empezaba a sonar junto al bandoneón, piano y bajo.
  -Tranquilo. -dijo la chica mientras rozaba su mejilla contra la de Belt. -Empieza con tu pie izquierdo y luego sigue el ritmo de la música. Intentaré llevarte. -Ella estaba tan cerca de él que podía sentirla casi entera. Su delgado cuerpo pegado al suyo. La curva de su cintura en su mano. En perfume floral de su pelo.
  Belt adelantó el pie izquierdo y fue como lanzarse a un abismo. Los pasos siguientes salieron del alma. La joven pareja danzó en la pista con una fluidez natural, como un par de delfines jugueteando en el mar. Los pies se movieron sincronizados en los giros y cambios de ritmo. Belt se movía incrédulo y fascinado con lo que estaba haciendo.
  El sonido de las campanas de la estación de trenes los detuvo bruscamente y la pareja se tuvo que sostener para no caer.
  -Es mi tren… -dijo tímidamente Belt -...debo irme. -y comenzó a caminar acelerando el paso hacia la estación. En la mitad de su camino se detuvo y se volteó. La chica estaba inmóvil con un el brazo estirado hacia él. Quieta en medio de personas que bailaban suavemente en torno a ella.
  -¡Soy Belt! -gritó el chico- ¡Dame tu nombre!.
  -Ada… -alcanzó a escuchar antes de recuperar su camino y alcanzar el tren. No había entendido el nombre completo, pero con “Ada” le bastaba. Un nombre incompleto al igual que el suyo. Hubiera sido perfecto si no fuera porque él ya viajaba y ella se quedaba allí, con una pieza de tango sin terminar."

Tango “Esta Noche de Luna”: https://youtu.be/NUSQtNHOgTI