martes, 13 de febrero de 2018

Sentado en el Muro

ilustración por natisanalien
http://instagram.com/natisanalien
Querida Silvana,
   Te extraño demasiado. Pienso en ti a cada momento. Tu nombre ha estado en mis visiones desde aquél sueño donde nunca apareciste. Pero tu nombre sí. Lo he pronunciado de muchas maneras. Lo he cambiado. Lo he usado en historias. He creado personajes con cualquiera de sus variaciones. He intentado darle alas y liberarlo para que se expanda por el universo, pero sigue aquí pegado en los muros de mi conciencia. Esa misma conciencia que me dice de lo irracional del sentimiento. De lo injusto y desmedido del sentimiento. Totalmente fuera de lógica y merecimientos. Pero está ahí. Con raíces firmes a mi locura. Atado a mi musa sin importarle nada sobre el concepto de justicia.
   Pensé que podía persuadirte. Pensé que podías quererme. Pensé que querrías que yo te quisiera o que me dejarías amarte. Pero estás ahí. Como una flor sonriente al sol, abierta hacia tu propio destino. Dejas que te admire desde cierta distancia, desde un espacio que yo siento como un muro infranqueable. Una vitrina blindada. Quisiera cortar mis propias cadenas y romper la barrera. Pero no, no es la manera. No es lo que quiero. Te amo demasiado como para hacer eso. Realizar la conquista por la fuerza. Por medio de la destrucción. Derribar castillos y matar dragones para ganar tu corazón no es lo mío. Desde un principio he buscando deslizarme suavemente hasta tocar tu alma. Que sientas lo que yo siento. Con amor. Sin daño. Sin posesión. Con libertad absoluta.
   Tú lo sabes. Tu mirada ámbar me contempló con ternura cuando abrí mi pecho, saqué mi corazón y lo dejé latiendo sobre la mesa. Entonces me dijiste que amabas a otro. Seguiste observando con compasión cómo yo volvía a guardar el órgano palpitante y cerraba las costillas a modo de jaula para volver a contener a ese estúpido soñador. Fingí entereza y madurez. Intenté ocultar mi frustración. Mas esa noche lloré mirando el techo de mi habitación.
   Al día siguiente me preguntaste preocupada acerca de cómo estaba y te mentí. Visceralmente, te deseé mal en tu nueva relación y te lo dije. Me lo hiciste ver con afecto, casi divertida, y me arrepentí de lo que había dicho. Me lo reproché. Estaba frustrado. Muy frustrado sobre mi deseo de ser parte de tu felicidad. Me sentí torpe e impotente.
   Pasaron varios días viviendo al vaivén de la monotonía y ajeno al tiempo antes de que mi mente tormentosa comenzara a calmarse. Me he resignado a amarte desde las sombras.
   Hemos tenido una relación de desencuentros, lo sé. Hemos caminado por veredas contrarias la mayor parte del tiempo. Sin embargo, puedo verte. Puedo seguir admirándote. Puedo ver tus pasos y lo que haces. A veces cruzo y pienso que es especial. Siento que hay algo aquí. Algo diferente y propio de nosotros, pero luego volvemos a caminar nuestros propios caminos y ya no está. Se desvanece o se guarda. No sé. Ya no está. Quizás lo nuestro es como esas flores raras del desierto que nacen en condiciones y momentos muy especiales, pero la mayor parte del tiempo solo son un par de ramas secas.
   Alguna vez me dijiste “tengo defectos”, como diciéndome “no me conoces” y yo solo pensaba en las ganas de enfrentarme a esos defectos y darme cuenta de que aún así, puedo seguir amándote. Pero el deseo es solo mío mientras la gran muralla invisible sigue impoluta entre nosotros.
   Después de que mi última invitación fuera rechazada... decidí guardar silencio. Tomé un fruto del árbol plateado y me senté al borde del muro a observar. Te vi caminar hasta perderte de vista y no volví a saber de tí. Pensé que me extrañarías. Te imaginé volviendo sobre tus pasos como alguien que ha olvidado sus llaves y que me dijeras “Ey! no te quedes atrás. Camina conmigo”. Pero no. Aquí me quedé con una piedra en el pecho, los hombros tensos y con ganas de llorar. De nada me ha servido pensar en que no te mereces mi amor. No te mereces mi pena. Que finalmente no eres la persona que yo pienso que eres. Que no hay cabida para mi en tu vida. Que finalmente pasará lo que soñé aquel día. Que me quedaré con tu nombre, sin tí.
Germán.

jueves, 15 de junio de 2017

Cómo el Viejo Acebo Vino a Mí

Traducción del relato escrito por Patrick Rothfuss, titulado originalmente como 'How Old Holly Came to Be'. El relato está incluido en la compilación "Unfettered", editado por Shawn Speakman.


Imagen: Moe Balinger


***

"Al principio, existía el bosque.

Era un un bosque fuerte y viejo. Y creció junto a un arroyo, al lado de una torre construida toda ella en piedra.

Había un sol cálido lo cual era bueno. Había viñas trepadoras, lo cual era malo. Estaba el viento, que no era ni bueno ni malo. Sencillamente, hacía que las hojas se mecieran y que las ramas se balancearan. 

También estaba la dama. Tampoco era buena o mala. Vino a la torre. Movió a la tierra y creó un jardín. Cortó los otros árboles y los quemó en la torre.

Pero no cortó al viejo acebo. Éste creció y extendió sus ramas al cielo. Y eso era bueno.
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Estaba el verano, que era cálido. Estaba el invierno, que era frío. Había pájaros que no lo eran. Construían nidos y a veces cantaban.

También estaba la dama. No era ni cálida ni fría. El acebo crecía junto al arroyo, sus ramas daban sombra.

La dama se sentó bajo el acebo a leer libros. Lo trepó para curiosear los nidos. Se apoyó contra el acebo, y se echó la siesta a su sombra.

Estas cosas tampoco lo eran. Ninguna era cálida o fría. Ninguna era buena o mala.
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Existía el día, que era luz. Existía la noche, que era oscuridad. Existía la luna, que era ambas, luz y oscuridad.

Existía un hombre. Era ambas cosas. Vino a la torre. Él y la dama se sentaron bajo el acebo.

Los dos estaban bajo el acebo. Estaban los dos.

El hombre se lo dijo a la dama. El hombre se lo mostró a la dama. El hombre cantó a la dama.

El hombre abandonó la torre. La dama abandonó la torre. Ambos abandonaron la torre. Los dos.
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El jardín creció. El jardín, abandonado a su suerte, cambió. El jardín creció y cambió, y entonces dejó de ser un jardín.

La torre no creció. La torre, abandonada a su suerte, no cambió. La torre no cambió y permaneció tal cual.

El acebo creció. No cambió. Permaneció.

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La dama volvió a la torre.

Cortó una rama de acebo para hacer una corona, eso era malo. Despejó las viñas trepadoras y las apartó de las ramas, lo cual era bueno. Bajó y creó un jardín, que no era ni bueno ni malo.

Se sentó bajo el acebo a leer libros y lloró. Se sentó bajo el acebo al sol y lloró. Se sentó bajo el acebo en la lluvia y lloró. Se sentó bajo el acebo y la luna y lloró.

Estas cosas no eran ni buenas ni malas.

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Se sentó bajo el acebo y cantó.

Se sentó bajo el acebo y cantó.

Se sentó bajo el acebo y cantó.

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La dama se sentó bajo el acebo, lo cual era bueno. La dama lloró, lo cual era malo.
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La dama cantó, eso era bueno. La dama abandonó la torre, eso era malo. La torre permaneció, lo cual ni era bueno ni era malo.

El acebo cambió, y aquello era ambas cosas.
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El acebo permaneció. Estaba el arroyo, que era precioso. Estaba el viento, que era precioso. Estaban los pájaros, que eran preciosos.
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La dama regresó a la torre, eso era bueno. Movió la tierra, eso era bueno. La dama cantó, eso era precioso. Había tomates, y las dama los comió, eso era bueno. La dama se sentó bajo el acebo a leer libros, lo cual era bonito y bueno.

Había sol y lluvia. Había día y noche. Había verano e invierno.

El acebo creció, y eso era bueno. La dama se sentó encima de sus nudosas raíces y pescó, y todo estaba bien. La dama observó a las ardilla jugando en sus ramas y rió, y eso era bueno.

La dama puso sus pies sobre una piedra, y eso era malo. Se apoyó en el tronco y frunció el ceño, y eso era malo. La dama le cantó al acebo. El acebo escuchó. El acebo se inclinó. La dama cantó y  la rama se convirtió en un bastón y eso era bueno.

Caminó y se apoyó en él, y eso era bueno.
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La dama trepó a las ramas más altas, curioseando sus nidos, y eso era bueno.La dama se pinchó en las manos con sus espinas, y eso era malo. Chupó la brillante gota de su dedo y se resbaló, y chilló, y cayó.

Y el acebo se inclinó. Y el acebo se inclinó. Y el acebo dobló sus ramas para agarrarla.

Y la dama sonrió y eso era precioso. Pero había sangre en sus manos, y eso era malo. Pero entonces la dama contempló la sangre, y rió, y cantó. Y había bayas tan brillantes como la sangre, y eso era bueno.

La dama habló al acebo, y eso era bueno. La dama se lo contó al acebo, y eso era bueno. Cantó y cantó al acebo, y eso era bueno.
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La dama tenía miedo, y eso era malo. Observó el agua del arroyo. Observó el cielo. Escuchó al viento y tuvo miedo, y eso era malo.

La dama volvió al acebo. La dama posó su mano en su tronco. La dama habló al acebo. El acebo se dobló y eso era bueno 

La dama tomó aliento y cantó una canción al acebo. Cantó una canción y el acebo se enterró en la profundidad de la tierra. Cantó una canción y a lo largo del arroyo brotaron nuevos acebos de la tierra. Cantó y alrededor de la torre treparon nuevos acebos. Cantó y en lo alto de la torre brotó acebo nuevo.

La dama cantó y era bueno y malo. Alrededor de los dos creció nuevo acebo. Se extendía nuevo acebo y se estiraba y rodeaba la torre. Creció nuevo acebo y se abrían bosques de hojas contra el cielo. Cantó hasta que dejó de verse la torre, y eso era bueno.

La dama se quedó junto al viejo acebo, sonriendo. Observaron el nuevo bosque de acebos, y era bueno.
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El viejo acebo se quedó junto al arroyo y observó la tierra que tenía debajo. Se quedó junto al borde de su nuevo bosque y sintió la tierra que tenía debajo y supo que era bueno. Sintió el sol sobre sus hojas y supo que era bueno.

El viento chocó contra él. El viento era malo. Él se inclinó. Dobló sus ramas contra la ventana de la torre.

La dama vino a quedarse junto a él. Observó la tierra que tenía debajo. Había un rastro de humo en el cielo. Muy lejos había figuras moviéndose a través de la colina. 

Había grandes lobos negros, con bocas de fuego.  Había hombres que había sido transformados en pájaros. Eran ambos, y malo.

Lo peor de todo era que había una sombra que parecía un hombre. El viejo acebo sintió que la tierra bajo el último estaba enferma y trató de alejarlo.

La dama se escondió tras su tronco. Tuvo miedo. Observó la tierra que había debajo. Las figuras se acercaban, y eso era malo.

El viejo acebo se inclinó. El viejo acebo se inclinó hacia la dama

La dama lo miró. La dama observó la tierra que había debajo. La dama posó su mano en el tronco, y era bueno. La dama preguntó. El viejo acebo se inclinó de nuevo.

La dama cantó. Cantó al viejo acebo. Se lo dijo. Dijo sus palabras. Lo dijo.

El viejo acebo se inclinó y se convirtió en un hombre. Era ambos, y eso era bueno.

La dama cantó, y el nuevo acebo se inclinó y se convirtió en una lanza, y eso era bueno.

El viejo acebo torció sus ramas y cogió la lanza. El viejo acebo hundió sus raíces y pasó el arroyo. El viejo acebo golpeó a los lobos y sujetó a la tierra. Dobló sus ramas y cogió otra lanza. Ellos lo mordieron, y eso no era ni bueno ni malo. Agarró a los hombres convertidos en pájaros, y los agarró, y los hizo añicos.

Y por último vino la sombra, y eso era malo. Cuando se movió a través de la tierra sintió que ésta quería huir. Enfermaba y retrocedía para evitar el contacto con la sombra.

El viejo acebo dobló sus ramas de nuevo, y cogió una lanza de madera verde. Su filo era brillante como las bayas. Lo lanzó contra la sombra y lo agarró a la tierra, y la observó aullar, y quemarse y morir, y era bueno.

El viejo acebo volvió a la torre, y era bueno. La dama sonrió y cantó para él, y era bueno. La dama observó sus heridas. Lloró, cantó para ellas, y él se inclinó, y era bueno

La dama dijo que debía marcharse, y era malo. Dijo que volvería y era bueno. Dijo que era peligroso, y el viejo acebo estiró sus raíces para pasar el arroyo.

La dama sacudió la cabeza. Le dijo que se quedara. Le dijo que permaneciera allí, al lado de la torre. Dijo que quería que estuviera a salvo para cuando regresara. 

El viejo acebo estiró sus raíces hasta que se quedó al lado de la torre. La dama entró. La dama salió. Dijo adiós.

El viejo acebo se inclinó, y de una rama construyó un bastón de húmeda madera verde. El viejo acebo se inclinó, y de sus ramas tejió una corona para ella, adornada con bayas. El viejo acebo se inclinó, y como era un hombre, frotó su mejilla con su mano rugosa.

La dama lloró, y rió, y se fue. Y eso era ambos y ninguno, y todo y el resto.

El viejo acebo permaneció. La torre permaneció. El viejo acebo permaneció al lado de la torre. El viejo acebo alrededor de la torre.

El viejo acebo permaneció, y eso era bueno.

El verano se fue.

El invierno se fue.

El jardín se fue.

El viejo acebo permaneció, y eso era bueno.

Los huesos de los lobos se fueron.

El techo de la torre se fue.

Los cristales de las ventanas se fueron.

El viejo acebo permaneció, y eso era bueno.

El arroyo se fue.

La torre se fue.

El viejo acebo permaneció."

***
Publicación extraída del sitio http://www.tresdiasdekvothe.com/ 

lunes, 6 de marzo de 2017

La Luna Incompleta

  “El hombre estaba satisfecho con su obra. Durante 12 años estuvo colocando piedra sobre piedra y amalgama de arcilla y arena. Construyó su torre en silencio y con paciencia. La luna aparecía cada noche y observaba curiosa al incansable constructor. El hombre la contemplaba con admiración y una leve sonrisa. Estaba seguro de sí mismo. Él era capaz de lograr cualquier cosa y no descansaría hasta lograr su objetivo. Solo se detendría para comer y dormir.
  Durante años trabajó sin hablar, ni tener contacto con nadie. No se dió cuenta cuando olvidó su lengua y su idioma. También dejó atrás su arte y su música. Poco a poco su ropa comenzó a desgarrarse y a convertirse en harapos. Mas, la torre seguía creciendo y tomando altura.
  Cada día, el trabajo era más y más difícil para el hombre. Cada día debía subir y bajar un mayor número de peldaños. El cansancio comenzó a hacerse notar, pero él no se detenía.
  Una vez no pudo más y tropezó. Cayó por la escalera hasta la base de la torre. Se rompió varios huesos y quedó ahí tendido. Pensó en rendirse. Volver a su patria lejana. Recordó a sus padres. Abrazados, siempre sonriendo. Los extrañaba. Lloró una semana completa al borde de un manantial. Su amada luna lo contemplaba desde lo alto, reflejándose en el agua. Impasible.
  El hombre recuperó sus fuerzas, reafirmó su fe y reinició su trabajo. Desde entonces necesitó de un bastón para caminar y desplazarse.
  Pero hoy todo era diferente. Estaba alegre porque todo eso ya era parte de su pasado. Su obra estaba completa.
  La torre se erguía sobre la colina de manera sorprendente. Desde la base no podía distinguirse la punta y desde arriba el panorama era tan amplio que se podía distinguir la curvatura de la tierra. Sin duda, no había mejor lugar en la tierra para encontrarse con ella. Su amada Luna.
  Ella estaba ahí, en lo alto del cielo. Hermosa y radiante. Sonriente y compasiva. Expectante e impaciente, como si todos estos años hubiera esperado este momento.
  El hombre la sintió ansiosa y abrió la boca para decir algo. Mas ningún ruido salió de su boca. No recordaba palabras, ni su voz. Dentro de su corazón y su mente estaban claras sus motivaciones y su pasión, pero no fue capaz de expresarlo de manera elocuente. Sólo logró dar un par de gruñidos y balbuceos sin sentido. El hombre no entendía nada y comenzó a desesperarse. Buscó entre sus viejas pertenencias y encontró la pequeña flauta de madera que tocaba cuando niño. Se llevó el instrumento a los labios e intentó demostrarle su amor, pero la música que salió de su alma tenía las notas desafinadas y rotas.
  La luna contemplaba sonriente desde su cielo y, con una mirada tierna y bondadosa, prosiguió su camino, como todos los días. El hombre contempló su trayectoria final con impotencia y lágrimas en sus ojos. Su trabajo no fué suficiente. Su fabulosa torre no tenía sentido. Miró en su interior y el autoestima estaba destruída. No era lo suficientemente bueno para ella. Estaba claro. Era solo un hombre y ella era una diosa. Por más asombrosa que fuera su obra, seguía siendo terrenal y ordinaria. Él estaba envejeciendo. Estaba cojo y sumido en la pobreza. ¡Qué desastre!
  Subió a lo alto de la torre y, antes de saltar, la contempló por última vez. Ahí, en el horizonte, desaparecía su preciosa luna menguante. Una luna incompleta.”

jueves, 2 de marzo de 2017

Una Historia Incompleta

  "Belt era el nombre incompleto de un joven incompleto. Fue el hijo prematuro de una historia de amor interrumpida. Cuando era un bebé, Belt comenzaba a llorar, pero el llanto nunca se concretaba y su madre lo miraba con curiosidad mientras le ofrecía el biberón que el niño soltaba antes del último sorbo.
  Para algunas cosas era apresurado. Para otras impaciente. Pero la mayoría de las veces sólo era distraído. Un día era un botón de su camisa o un cordón suelto en su zapato. Otros días eran una frase truncada, un estornudo inconcluso o el fragmento de un silbido para una canción sin fin. Antes de completar cualquier tarea o acción, empezaba otra nueva que, seguramente, también quedaría incompleta.
  Esta particular característica no era impedimento para que Belt se desarrollara, ya que tempranamente se había dado cuenta de que, a pesar de que interrumpiera sus actividades, estudios, tareas, proyectos y los dejara inconclusos, el mundo seguía su curso.
***
  Una noche, un joven Belt subió a la cima de la colina para encontrarse con el universo y consigo mismo. Quería pensar qué hacer con su vida y lo demás.
  Dejó que la brisa fresca le acariciara su piel morena e hiciera ondular su irregular cabello. Ese mismo día intentó cortarlo, pero dejó unos trazos largos pensando en corregirlo en otro momento. Inesperadamente, el extraño corte de cabello le daba un estilo particular.
  De pronto escuchó una voz en medio de su introspección.
  -¡Ey, chico! ¿Qué haces a altas horas de la noche en mi colina? -la voz era de un viejo vestido con una capa. Se apoyaba en una gruesa rama de árbol a modo de bastón.
  -¿Tu colina?, Oh, lo siento señor, no sabía que era suya. -dijo Belt con inocencia y honestidad.
  -Pues mía es -replicó el viejo-. Llegué aquí hace tiempos inmemoriales mientras buscaba la manera de llegar a la luna. Como podrás ver, desde aquí tienes una magnífica vista del cielo.- Belt miró al cielo, contempló la brillante luna llena y admiró su belleza.
  -¿Lograste llegar a ella? -preguntó el joven con esperanza.
  -¡Oh no! -dijo el viejo con un aire levemente cómico-. Pero solo los dioses saben cuánto lo intenté-, y apuntó con el bastón hacia una aguda torre que se erguía a la derecha de la colina. Belt no la había notado antes, pero allí estaba, delgada y afilada elevándose de la tierra hasta perderse de vista. Belt se imaginó una larguísima escalera de caracol con infinitos peldaños dentro.
  -¿Impresionante, no? -dijo el ermitaño con orgullo-. Mas no fue suficiente.
  -¿Qué pasó entonces? -preguntó Belt con esa ansiedad provocada por la historia que escuchaba. Admiraba la motivación del viejo, pero le preocupaba y se apenaba de que no hubiera podido cumplir su objetivo.
  -Un día, cansado, me senté en esta colina a pensar. Me cuestioné el por qué hacía todo lo que hacía. Ciertamente yo amaba a la luna y por eso intentaba llegar a ella. Pero el universo me estaba enseñando algo y yo solo debía escuchar y aprender. -El hombre miró al horizonte y suspiró. Belt notó el peso de los años en ese suspiro y se quedó en silencio. Entonces el ermitaño sacó una delgada flauta de madera y comenzó a tocar una dulce melodía. El sonido era bellísimo y hacía erizar el cabello del joven que escuchaba cautivado las sensibles notas que vibraban en el aire.
  De pronto la vio. La Luna, en forma de mujer, comenzó a descender flotando desde el cielo y se sentó en una roca cercana. Era hermosa y de facciones delicadas, Su piel blanca como la leche emitía un leve brillo que formaba un halo alrededor de su podio. Su vestido blanco y su largo cabello plateado flotaban en el aire como si estuviera bajo el agua, haciendo leves ondas, subiendo y bajando aleatoriamente. La Luna escuchaba con los ojos cerrados, extasiada por la música.
  Al finalizar la canción, la mujer aplaudió con el entusiasmo de una niña pequeña. El viejo haciendo un elegante ademán de su capa, hizo una reverencia, se acercó a la mujer y le besó la mano.
  -¡Más, más! -pidió alegremente la Luna-, ¡más música!-. Entonces Belt lo entendió como sólo él sabía entender las cosas. Con fragmentos dispersos de su mente hizo un mapa, un itinerario y salió corriendo cuando el hombre ya tocaba una segunda melodía, esta vez un poco más alegre. El hombre lo miró de reojo con curiosidad. Esperaba más preguntas del chico. También hubiera querido enseñarles algunas cosas de lo que había aprendido, pero ya estaba lejos, y él ya estaba con la Luna, como cada primer jueves de cada mes. Y ya no le importaba nada más.
***
  Belt caminaba decidido. Debía viajar ahora. Tenía que comenzar su búsqueda lo antes posible. Pensó en el ermitaño y la luna. Pensó en la perseverancia y en la pasión. Su mente definía caminos, tomaba decisiones, consideraba ramificaciones y aceleraba el paso, cuando algo lo distrajo. En la amplia terraza que estaba al frente a la estación de trenes, notó un grupo de personas observando un espectáculo de baile. Tres jóvenes parejas bailaban tango al ritmo de un cuarteto de músicos que tocaban e interpretaban apasionadamente una canción que hablaba de la experiencia humana universal. La representación atrapó la atención de Belt que se hizo paso entre la gente hasta llegar a la primera fila donde observó maravillado.
  -Es hermoso, no?, -dijo una bella muchacha que estaba a su lado. Belt se volteó y miró su rostro. -Pienso que es algo mágico, -prosiguió ella sin dejar de mirar la danza que se desarrollaba en la plaza nocturna. -...dos personas enlazadas, moviéndose como si fueran uno al ritmo de un compás nostálgico... -Belt estaba absorto mirando el ámbar de sus ojos que brillaban con las luces del escenario. El perfil de la joven era afilado, con un aire de dama victoriana y usaba el pelo tomado en una cola. -...Mi padre solía decir que el tango es un pensamiento triste que se baila. -dijo la joven girando su mirada hacia los ojos de Belt. Pestañeó un par de veces y sus ojos volvieron al escenario. -Estoy segura que él leyó esa frase en algún periódico, ya que no era el tipo de personas que inventara sus propias metáforas… pero era un excelente bailarín de tango.
  En ese momento los bailarines de la plazoleta hacen el paso final de la canción y todos aplauden con entusiasmo. Ambos jóvenes también aplaudieron con ganas. La chica hasta dio unos chiflidos para vitorear al grupo artístico. Entonces los artistas se mezclaron con el público buscando improvisadas parejas de baile. Sin pensarlo, la joven tomó de la mano a Belt, lo llevó al escenario y se enlazó a él, tomando la postura. El corazón del muchacho comenzó a latir con fuerza amenazando con salir volando del pecho.
  -Pero… pero yo no sé… -alcanzó a balbucear el jóven mientras el violín empezaba a sonar junto al bandoneón, piano y bajo.
  -Tranquilo. -dijo la chica mientras rozaba su mejilla contra la de Belt. -Empieza con tu pie izquierdo y luego sigue el ritmo de la música. Intentaré llevarte. -Ella estaba tan cerca de él que podía sentirla casi entera. Su delgado cuerpo pegado al suyo. La curva de su cintura en su mano. En perfume floral de su pelo.
  Belt adelantó el pie izquierdo y fue como lanzarse a un abismo. Los pasos siguientes salieron del alma. La joven pareja danzó en la pista con una fluidez natural, como un par de delfines jugueteando en el mar. Los pies se movieron sincronizados en los giros y cambios de ritmo. Belt se movía incrédulo y fascinado con lo que estaba haciendo.
  El sonido de las campanas de la estación de trenes los detuvo bruscamente y la pareja se tuvo que sostener para no caer.
  -Es mi tren… -dijo tímidamente Belt -...debo irme. -y comenzó a caminar acelerando el paso hacia la estación. En la mitad de su camino se detuvo y se volteó. La chica estaba inmóvil con un el brazo estirado hacia él. Quieta en medio de personas que bailaban suavemente en torno a ella.
  -¡Soy Belt! -gritó el chico- ¡Dame tu nombre!.
  -Ada… -alcanzó a escuchar antes de recuperar su camino y alcanzar el tren. No había entendido el nombre completo, pero con “Ada” le bastaba. Un nombre incompleto al igual que el suyo. Hubiera sido perfecto si no fuera porque él ya viajaba y ella se quedaba allí, con una pieza de tango sin terminar."

Tango “Esta Noche de Luna”: https://youtu.be/NUSQtNHOgTI

jueves, 19 de septiembre de 2013

El Alma de la Diosa

Allá, en los albores de la vida, ya había aparecido en el mundo. Seguramente había liderado alguna tribu con amor maternal, cuidando de sus niños y jóvenes. La imagino jugando traviesa confundiéndose con ellos y levantándolos con amor en cada caída. Casi la puedo ver guiando su crecimiento con sabiduría y una rigidez casi paterna sobre sus protegidos, siendo responsable de una generación soberbia de humanos que pronto se mezclarían con el resto del mundo para sembrar las semillas de amor que su madre les había inculcado.

Luego de su partida se levantarían piedras memoriales y tótems sobre su tumba pero su alma seguiría en la tierra velando por sus hijos y sus nietos. Las generaciones siguientes la recordarían como “la diosa madre” y se encomendarían a ella, a su amor.
Pero ella sentía su alma incompleta a pesar de haber dejado su legado en la tierra tal como lo deseaba y eso estaba bien. Aún así no estaba conforme y decidiría dar un viaje estelar en busca de una respuesta, de un motivo para que el fuego de su alma flameara con esa fuerza que tenía. Y su alma divina se desplegó. Se conectó con la naturaleza y dobló el tiempo y el espacio. Viajó por el multiverso guiada tan solo por las vibraciones de otras almas que se encontraban en los distintos rincones del espacio. Almas que estaban dispersas, solitarias como la suya y que tampoco daban sentido a su propio fuego interior. Muchas de ellas se quedaban estáticas y podía ver como su energía se consumía poco a poco hasta extinguirse. La diosa lloraba con una tristeza profunda cada vez que veía un alma desintegrarse, que se dejaba morir en su propia melancolía. Así quedaban sus brillantes lágrimas flotando en el espacio formando nebulosas y fulgurantes cúmulos de estrellas, como testimonio de su paso.

Reencarnaría en una gran variedad de razas que desarrollaban la cultura viva de los diversos planetas ubicados en toda la extensión del multiverso. Encontró especies similares al hombre y otras totalmente distintas. Encontró en todas ellas un cuerpo huésped que le enseñaría sobre su cultura y sus ideas de la vida y el amor. Ella aprendería de todas ellas. De las razas de comportamiento individual, como el hombre, aprendió sobre el egoísmo y la intolerancia y de su esfuerzo y esperanza por sentirse parte del otro. Asimiló a las especies comunales, que se comportaban como un enjambre, y su visión de solidaridad, del trabajo en equipo y de su esfuerzo y fé por amarse a sí mismos. También aprendió de los seres simbióticos en su dificultad por hacer convivir dos especies distintas y de la resolución de conflictos que los llevarían a un nivel superior. Los seres etéreos sin forma física, pero de esencia distinta a las almas, admiró su capacidad de valorar los sentimientos y el amor absoluto.

Vivió una larga cosmogonía en busca de la respuesta. O de la pregunta. Ni siquiera lo sabía, pero estaba segura que se presentaría en toda su magnitud y claridad cuando llegara el momento preciso.

Después de catorce mil vidas fue cuando la diosa decidió tomar un descanso y sentarse en una constelación a meditar sobre su destino, ya desalentada por su esfuerzo poco fructífero. Pensó que tal vez la respuesta no existía y que su inconformidad pasaba por un conflicto interno que no tenía nada que ver con el multiverso ni de las demás almas. Por fin comprendió a las almas que dejaban apagar su propia llama y deseó ser como ellas y dejar por fin esta realidad sin sentido. Pero de pronto percibió algo distinto en el entorno. Una vibración distinta se transmitió por el multiverso y todas las almas empezaron a migrar a un mismo punto. Algo estaba sucediendo.

Su viaje había sido muy largo y había durado muchos siglos. Había estado en tantos lugares y había reencarnado en tantos seres vivos que había olvidado las raíces de su mundo natal. Y sin saberlo siguió a todas esas almas que se movían a aquél lugar, la misma tierra que había encendido por primera vez el fuego de su alma. Esta vez si estaba segura que un gran evento ahí sucedería y que ahí se encontraría con su respuesta. Su motivo.

Entonces quiso disfrutarlo en forma pura y olvidó. Reencarnó en una vida desde su concepción. Una hermosa niña que se criaría en el seno de una numerosa familia, un clan como el de sus inicios. “Marlen” fue el nombre elegido y crecería enfrentando con fortaleza y amor los desafíos de un mundo que se prepara para vivir momentos culmines, junto con personas que creería conocer “de antes”, quizás de otras vidas o de otros lugares del universo y que se han reunido aquí.

Actualmente ella aún llora por las almas desintegradas y a menudo mira al cielo que le da señales de que alguna vez estuvo ahí. De hecho las estrellas se agitan de alegría ante su presencia y el recuerdo de sus lazos. Saben que algún día volverá a posarse en ellas como la más brillante del cielo.

Yo soy otra alma. Una que también ha olvidado y que recién está reconociendo su propia esencia cuando ha conocido a su “diosa”. Aquella que ha despertado el sentimiento primigenio en su interior, aquella que ha despertado su conciencia y ha abierto su corazón. Aquella que le ha hecho sentir los sentimientos más bellos y poderosos de su existencia haciendo arder esa llama interna a niveles insospechados. La que ha querido que trascendamos juntos por el resto de nuestra existencia como almas simbiontes. Que sean capaz de ser felices en todos los planos y dimensiones y que desean transmitir y gritar ese amor al infinito.

Ella piensa que yo le he dado sentido a su existencia y que he llegado para salvarla. Pero es mentira. Ella me ha salvado a mi.

jueves, 9 de febrero de 2012

Un Hada en mi Jardín


Pequeña hada que habitas en mi jardín,

Te busqué esperando no encontrarte. Soñé con el momento en el que cumplías mis deseos sin esperar a que se hicieran realidad. Alguna vez te dije "ven" y tu sonreíste, agitaste tus alitas y llenaste mi habitación de un brillo dorado.

Hoy flotas coqueta frente a mi, expectante, esperando a que yo haga algo. Y aquí estoy, inmóvil, con el corazón agitado pensando qué hacer con la abrumadora energía que se ha generado en mi cuerpo.

Cómo explicarte que deseo volar al jardín y revolotear junto a ti entre los avellanos recién florecidos. Beber aguamiel mirando el cielo desde un colchón de pétalos e iluminar tus noches con mi propio brillo.

Cómo explicar que deseo envolverte con las plumas de mis alas y amarte entre las hierbas bajo el refugio del roble. Que quiero satisfacer tu espíritu travieso contándote historias y danzando en torno al círculo mágico sin temor a quedar atrapado en tu mundo.

Cómo explicarte que luego volveré a casa, besaré a mi esposa, me serviré una taza de café e iré a la oficina al día siguiente.

Vivirás hada en mi mente. Vivirás hada en mi jardín. Invítame a volar que yo también quiero vivir.

domingo, 30 de mayo de 2010

La Mujer del Mar (el cuento)


Imaro tenía el espíritu de un explorador. Desde el momento en que los científicos detectaron aquél planeta, él quiso ser el primero en ir a reconocerlo. Y no era para menos. Hace más de dos siglos que en la Tierra empezaron a preverse los problemas que provocarían la sobrepoblación y escasez de energía y desde entonces que el ser humano había comenzado a mirar al exterior en busca de un nuevo hogar. El asunto empeoró con el derretimiento de los polos. El aumento del nivel de los océanos provocó que disminuyeran las superficies habitables. Su propia gente en Chile estuvo obligada a refugiarse en las alturas de la cordillera y a construir plataformas que flotarían sobre las ciudades más importantes del país, actualmente bajo el agua.

El joven piloto no le daba importancia a los temores del resto de la tripulación porque en ese planeta podría existir vida biológica desarrollada. Él había navegado con la “Valle del Elqui” por mundos salvajes y fronteras impenetrables y mientras hubiera aventura de por medio, mejor aún. Respiró profundo y aprovechó la calma que reinaba mientras la nave orbitaba el planeta. Echó un vistazo a la holoesfera que mostraba datos y conclusiones de los aparatos que capturaban imágenes para conformar un mapa de la superficie. Volvió a suspirar inquieto, era evidente que para Imaro estar ahí esperando era de lo más aburrido.

_Estás ansioso, ¿cierto Imaro? -comentó un anciano que de improviso se materializó junto al piloto-. No encuentras el momento de bajar y ver con qué te encuentras, aunque te esfuerzas en no imaginar demasiado para no generar expectativas. Recuerdo que a mi me pasaba lo mismo cuando vivía en las bases flotantes allá en Chile y organizábamos expediciones al fondo marino...-, el viejo siguió contando con fascinación sus historias de cuando buceaba entre los edificios del “Santiago Sumergido”, de fenomenales hazañas realizadas en las plataformas flotantes chilenas y otras charlatanerías que, según Imaro, inventaba el viejo. De todas formas le encantaba escuchar las historias de su Tata, como llamaba a su abuelo, que siempre aparecía en esta especie de “tiempos muertos” a darle cháchara. El Tata debía ser el mayor legado que le habían dejado sus padres: una “Seudo Inteligencia Artificial” con la personalidad y recuerdos del abuelo de uno de sus antepasados y que se ha traspasado de padres a hijos desde ya incontables generaciones atrás. Aquella memoria digital estaba contenida en un dispositivo en forma de broche, con la imagen de un ave y un pez, que Imaro llevaba en su uniforme de piloto. Era el único vínculo que le quedaba con su familia y su país. Acarició la bandera chilena estampada en su brazo izquierdo y siguió escuchando con fascinación la historia.

De pronto, un conjunto de imágenes y símbolos flotaron en la holoesfera de la cabina y llamó la atención de Imaro. Indicaba que la topografía del planeta estaba completa y que además se había determinado una cantidad no despreciable de especies vivientes, animales y vegetales, en estado salvaje, aunque preliminarmente no se encontraba evidencia de algún tipo de inteligencia o civilización similar a la humana. La evaluación preliminar del Alma de la “Valle del Elqui” era favorable para iniciar un sondeo más profundo del planeta. Entonces el Cuerpo de la nave decidió lanzar a sus exploradores robóticos para crear un área de seguridad en la superficie y poder bajar a ejecutar las labores de reconocimiento. La ansiedad de Imaro creció aún más.

El Tata seguía contando sus historias, totalmente desinteresado en aquellos datos. Al volver a él, Imaro captó algo de un encuentro que el abuelo tuvo con una Pincoya cuando era joven. “¿Pincoya?”, se preguntó Imaro desconectado del relato del viejo, e hizo una búsqueda rápida en la Neonet. Recordó entonces que alguna vez leyó unos cuantos artículos e historias sobre la mitología chilena en donde la Pincoya era uno de sus personajes destacados. De seguro era otra de las invenciones del viejo. El Tata era tan convincente que con frecuencia Imaro olvidaba que se trataba de una persona virtual, aunque sus padres le aseguraron que era una copia fiel a la personalidad del Tata original y que las anécdotas que describía eran las mismas que el verdadero les contaba a sus nietos.

_Tata, háblame más de esa Pincoya -sugirió Imaro, mientras seguía revisando los resultados de la Neonet. La holoesfera mostraba mucha información y múltiples videoaficionados con imágenes maravillosas de seres submarinos, sirenas y tritones pero que perfectamente podían ser simulados por un hábil diagramador. A pesar de su escepticismo a Imaro le entretenía escuchar a su abuelo.

_Yo era muy joven en ese entonces -continuó el anciano-, ¿unos 17 años? aunque ya me tocaba vigilar las plataformas de la base flotante “Golfo de Arauco”, donde nací, tú sabes. Recién salía el sol y el frío aún persistía, por lo que empecé a trotar para calentar el cuerpo. Y de pronto la vi. La Pincoya estaba recostada en el borde de una de las rampas donde normalmente subían las lanchas. Solo pasaron un par de segundos cuando ella notó mi presencia y se sumergió. La busqué por todos lados y esperé a que saliera a tomar aire, pero no la vi más.

_¡Vamos viejo!, de seguro viste un lobo marino -interrumpió su nieto incrédulo-. Es usual que se asoleen en las rampas de esa manera. También los vi cuando pequeño.

_Imarito... mijo -le dijo el abuelo acentuando la jota-, los lobos marinos no tienen cabellera rubia y un par de tetas a menos que estén disfrazados de Marilyn Monroe -le espetó con una ronca carcajada, mientras que en la Holoesfera aparecía una animación de una versión clásica de la actriz con un vestido blanco, pero con la forma del gordo animal. Imaro rió con ganas. Siempre que sugería una explicación lógica para alguna de las historias del Tata, éste le respondía con un chiste así de vulgar.

_Pero hablando en serio -continuó el viejo-, se reconocer muy bien un cuerpo femenino al de cualquier otro animal. ¡Este viejo tuvo su experiencia! Esta mujer, querido nieto, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida y, ¡créeme!, no es humana.

_Pero si reconoces que es mujer, entonces ¿por qué dices que no es humana Tata? -preguntó con verdadera curiosidad el joven y recordó algo de lo encontrado en la Neonet-. ¿Acaso no es mitad humana y mitad pez?

_¡Esos farsantes de Internet no tienen idea! -reclamó el abuelo usando el octogenario nombre de la red de datos-. Tiene cuerpo de mujer, con piernas y todo, pero yo la he visto tan de cerca como para darme cuenta que es ligeramente distinta. Tiene las pupilas un poco más dilatadas, y las extremidades con proporciones inquietantes. La piel húmeda y manchada como leopardo unas veces, como tigre otras… y sus movimientos -suspiró el viejo como si realmente estuviera viviendo el recuerdo- ¡son perfectos!. Los usa como si controlara cada uno de sus músculos a voluntad, como si no gastara energía, así como una atleta... o más bien como una bailarina. Veloz como un guepardo en la superficie y ágil como un delfín en el mar. Una vez la perseguí buceando a pulmón por más de 50 metros de profundidad sobre las ruinas del propio Santiago, sin embargo ella, como un pez, se escabulló haciendo piruetas entre las ruinas. La “Mujer del Mar” ha sido el ser más maravilloso que he visto en mi vida -sentenció el Tata con una especie de orgullo y melancolía.

El brillo de la holoesfera interrumpió otra vez. Los exploradores robóticos ya enviaban informes desde el planeta. Imaro comenzó a ver un desfile de imágenes con criaturas increíblemente similares a las conocidas en la Tierra. Aves emplumadas de diferentes tamaños surcaban los aires, manadas de animales cuadrúpedos pastaban en las planicies y enjambres de insectos polinizaban flores y árboles en un escenario selvático. Era como si todo estuviera hecho a propósito. Un verdadero paraíso esperando a ser encontrado. El Tata, excitado, sugirió a su nieto que filtrara los especímenes submarinos. Imaro hizo un ademán sobre el cristal esférico y entonces se desplegaron una enorme variedad de algas, peces y cetáceos. Coloridos cardúmenes, ballenas gigantescas y otras criaturas desconocidas pasaron frente a sus ojos. Imaro no creyó que fuera cierto y el Tata jamás pensó en volver a ver algo igual, pero ahí estaba. La joven mujer de piel aleopardada se escabullía entre las rocas del fondo marino nadando junto a otros seres similares a ella.

Imaro y su abuelo se quedaron contemplando atónitos el descubrimiento de aquél nuevo mundo que de seguro cambiaría la historia de la humanidad.

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