domingo, 30 de mayo de 2010

La Mujer del Mar (el cuento)


Imaro tenía el espíritu de un explorador. Desde el momento en que los científicos detectaron aquél planeta, él quiso ser el primero en ir a reconocerlo. Y no era para menos. Hace más de dos siglos que en la Tierra empezaron a preverse los problemas que provocarían la sobrepoblación y escasez de energía y desde entonces que el ser humano había comenzado a mirar al exterior en busca de un nuevo hogar. El asunto empeoró con el derretimiento de los polos. El aumento del nivel de los océanos provocó que disminuyeran las superficies habitables. Su propia gente en Chile estuvo obligada a refugiarse en las alturas de la cordillera y a construir plataformas que flotarían sobre las ciudades más importantes del país, actualmente bajo el agua.

El joven piloto no le daba importancia a los temores del resto de la tripulación porque en ese planeta podría existir vida biológica desarrollada. Él había navegado con la “Valle del Elqui” por mundos salvajes y fronteras impenetrables y mientras hubiera aventura de por medio, mejor aún. Respiró profundo y aprovechó la calma que reinaba mientras la nave orbitaba el planeta. Echó un vistazo a la holoesfera que mostraba datos y conclusiones de los aparatos que capturaban imágenes para conformar un mapa de la superficie. Volvió a suspirar inquieto, era evidente que para Imaro estar ahí esperando era de lo más aburrido.

_Estás ansioso, ¿cierto Imaro? -comentó un anciano que de improviso se materializó junto al piloto-. No encuentras el momento de bajar y ver con qué te encuentras, aunque te esfuerzas en no imaginar demasiado para no generar expectativas. Recuerdo que a mi me pasaba lo mismo cuando vivía en las bases flotantes allá en Chile y organizábamos expediciones al fondo marino...-, el viejo siguió contando con fascinación sus historias de cuando buceaba entre los edificios del “Santiago Sumergido”, de fenomenales hazañas realizadas en las plataformas flotantes chilenas y otras charlatanerías que, según Imaro, inventaba el viejo. De todas formas le encantaba escuchar las historias de su Tata, como llamaba a su abuelo, que siempre aparecía en esta especie de “tiempos muertos” a darle cháchara. El Tata debía ser el mayor legado que le habían dejado sus padres: una “Seudo Inteligencia Artificial” con la personalidad y recuerdos del abuelo de uno de sus antepasados y que se ha traspasado de padres a hijos desde ya incontables generaciones atrás. Aquella memoria digital estaba contenida en un dispositivo en forma de broche, con la imagen de un ave y un pez, que Imaro llevaba en su uniforme de piloto. Era el único vínculo que le quedaba con su familia y su país. Acarició la bandera chilena estampada en su brazo izquierdo y siguió escuchando con fascinación la historia.

De pronto, un conjunto de imágenes y símbolos flotaron en la holoesfera de la cabina y llamó la atención de Imaro. Indicaba que la topografía del planeta estaba completa y que además se había determinado una cantidad no despreciable de especies vivientes, animales y vegetales, en estado salvaje, aunque preliminarmente no se encontraba evidencia de algún tipo de inteligencia o civilización similar a la humana. La evaluación preliminar del Alma de la “Valle del Elqui” era favorable para iniciar un sondeo más profundo del planeta. Entonces el Cuerpo de la nave decidió lanzar a sus exploradores robóticos para crear un área de seguridad en la superficie y poder bajar a ejecutar las labores de reconocimiento. La ansiedad de Imaro creció aún más.

El Tata seguía contando sus historias, totalmente desinteresado en aquellos datos. Al volver a él, Imaro captó algo de un encuentro que el abuelo tuvo con una Pincoya cuando era joven. “¿Pincoya?”, se preguntó Imaro desconectado del relato del viejo, e hizo una búsqueda rápida en la Neonet. Recordó entonces que alguna vez leyó unos cuantos artículos e historias sobre la mitología chilena en donde la Pincoya era uno de sus personajes destacados. De seguro era otra de las invenciones del viejo. El Tata era tan convincente que con frecuencia Imaro olvidaba que se trataba de una persona virtual, aunque sus padres le aseguraron que era una copia fiel a la personalidad del Tata original y que las anécdotas que describía eran las mismas que el verdadero les contaba a sus nietos.

_Tata, háblame más de esa Pincoya -sugirió Imaro, mientras seguía revisando los resultados de la Neonet. La holoesfera mostraba mucha información y múltiples videoaficionados con imágenes maravillosas de seres submarinos, sirenas y tritones pero que perfectamente podían ser simulados por un hábil diagramador. A pesar de su escepticismo a Imaro le entretenía escuchar a su abuelo.

_Yo era muy joven en ese entonces -continuó el anciano-, ¿unos 17 años? aunque ya me tocaba vigilar las plataformas de la base flotante “Golfo de Arauco”, donde nací, tú sabes. Recién salía el sol y el frío aún persistía, por lo que empecé a trotar para calentar el cuerpo. Y de pronto la vi. La Pincoya estaba recostada en el borde de una de las rampas donde normalmente subían las lanchas. Solo pasaron un par de segundos cuando ella notó mi presencia y se sumergió. La busqué por todos lados y esperé a que saliera a tomar aire, pero no la vi más.

_¡Vamos viejo!, de seguro viste un lobo marino -interrumpió su nieto incrédulo-. Es usual que se asoleen en las rampas de esa manera. También los vi cuando pequeño.

_Imarito... mijo -le dijo el abuelo acentuando la jota-, los lobos marinos no tienen cabellera rubia y un par de tetas a menos que estén disfrazados de Marilyn Monroe -le espetó con una ronca carcajada, mientras que en la Holoesfera aparecía una animación de una versión clásica de la actriz con un vestido blanco, pero con la forma del gordo animal. Imaro rió con ganas. Siempre que sugería una explicación lógica para alguna de las historias del Tata, éste le respondía con un chiste así de vulgar.

_Pero hablando en serio -continuó el viejo-, se reconocer muy bien un cuerpo femenino al de cualquier otro animal. ¡Este viejo tuvo su experiencia! Esta mujer, querido nieto, es la mujer más hermosa que he visto en mi vida y, ¡créeme!, no es humana.

_Pero si reconoces que es mujer, entonces ¿por qué dices que no es humana Tata? -preguntó con verdadera curiosidad el joven y recordó algo de lo encontrado en la Neonet-. ¿Acaso no es mitad humana y mitad pez?

_¡Esos farsantes de Internet no tienen idea! -reclamó el abuelo usando el octogenario nombre de la red de datos-. Tiene cuerpo de mujer, con piernas y todo, pero yo la he visto tan de cerca como para darme cuenta que es ligeramente distinta. Tiene las pupilas un poco más dilatadas, y las extremidades con proporciones inquietantes. La piel húmeda y manchada como leopardo unas veces, como tigre otras… y sus movimientos -suspiró el viejo como si realmente estuviera viviendo el recuerdo- ¡son perfectos!. Los usa como si controlara cada uno de sus músculos a voluntad, como si no gastara energía, así como una atleta... o más bien como una bailarina. Veloz como un guepardo en la superficie y ágil como un delfín en el mar. Una vez la perseguí buceando a pulmón por más de 50 metros de profundidad sobre las ruinas del propio Santiago, sin embargo ella, como un pez, se escabulló haciendo piruetas entre las ruinas. La “Mujer del Mar” ha sido el ser más maravilloso que he visto en mi vida -sentenció el Tata con una especie de orgullo y melancolía.

El brillo de la holoesfera interrumpió otra vez. Los exploradores robóticos ya enviaban informes desde el planeta. Imaro comenzó a ver un desfile de imágenes con criaturas increíblemente similares a las conocidas en la Tierra. Aves emplumadas de diferentes tamaños surcaban los aires, manadas de animales cuadrúpedos pastaban en las planicies y enjambres de insectos polinizaban flores y árboles en un escenario selvático. Era como si todo estuviera hecho a propósito. Un verdadero paraíso esperando a ser encontrado. El Tata, excitado, sugirió a su nieto que filtrara los especímenes submarinos. Imaro hizo un ademán sobre el cristal esférico y entonces se desplegaron una enorme variedad de algas, peces y cetáceos. Coloridos cardúmenes, ballenas gigantescas y otras criaturas desconocidas pasaron frente a sus ojos. Imaro no creyó que fuera cierto y el Tata jamás pensó en volver a ver algo igual, pero ahí estaba. La joven mujer de piel aleopardada se escabullía entre las rocas del fondo marino nadando junto a otros seres similares a ella.

Imaro y su abuelo se quedaron contemplando atónitos el descubrimiento de aquél nuevo mundo que de seguro cambiaría la historia de la humanidad.

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