viernes, 28 de diciembre de 2007

Reinventarse

RenacerHace poco escuché a una amiga que estaba en una actitud de reinventarse. Después de poco andar sus cambios han sido notorios en relación a la persona que un tiempo conocí a la que estoy conociendo ahora. No me toca juzgar si estos cambios son para bien o para mal ya que hace tiempo que aprendí a no tener expectativas sobre las personas y prefiero aceptar a mis amigos incondicionalmente sabiendo que los sucesos caen por su propio peso. Además, como se acerca el fin de año y, a pesar de que es una fecha como cualquier otra y el tiempo no se detendrá a esperarnos, es imposible no hacerse una instrospección de lo realizado en el presente año y proyectarse a lo que uno quiere hacer en el nuevo periodo que se avecina. Y me llama la atención este concepto: reinventarse.

Entonces, con mi poco conocimiento de psicología pero con alma de filósofo, empiezo a pensar en lo que esto significa para una persona. ¿Porqué querría reinventarme? Será porque me he dado cuenta de que soy responsable de mi propia vida y que debido a decisiones equivocadas no he tenido los resultados que quisiera tener, por lo tanto quisiera reformular algunas actitudes y maneras de enfrentar la vida para enderezar el camino forjado. Tal vez me he conocido y no me gusta como me he visto por lo que espero cambiar mi perfil por uno que si me deje conforme o me ayude a vivir mejor. O quizás me va bien con las experiencias y resultados que me han tocado vivir y quiero ser más ambicioso en exprimir el delicioso jugo de la vida. Cualquiera sea el caso, es un cambio brusco y quien ha decidido hacerlo es una persona valiente que está enfrentando la vida como mejor le parece. Dicen que este mundo no es para conformistas. Lo decía el profesor John Keating en la "Sociedad de los Poetas Muertos": "¡Haced que vuestras vidas sean extraordinarias!", mientras hacía alusión a "buscar la médula de la vida".

Ahora, ¿cómo puedo reinventarme? Esto si que es complicado. Pienso que nuestra escencia, nuestra personalidad, nuestra visión sobre el amor, la amistad y la vida, nuestro "todo" es como una gran estructura que hemos construido en base a nuestras experiencias y que está siempre inconclusa, por supuesto. Para reinventarnos tenemos que deconstruir esta estructura para volver a construir una nueva. Esto es necesario porque sino el concepto de re-inventarse no aplica. Poco obtendríamos utilizando la bola de demolición para destruir esta estructura y tratar de construir sobre nuestras ruinas, porque en el plano de las vivencias (proceso de madurar) no podemos eliminar tan facilmente los escombros ni tampoco podemos engañarnos metiéndolos debajo de la alfombra. El propio Keating mencionaba que en nuestro afán de buscar la médula de la vida no hay que romper el hueso, algo que normalmente se olvida. Lo más probable que después de la devastación ya no sepamos porqué la provocamos y más de alguien puede quedar herido bajo los muros. Uno es como es, independiente de las actitudes con las cuales enfrenta la vida. Es como el nuevo DT de un equipo de fútbol que puede elegir su equipo y por supuesto que quiere a Ronaldinho, Kaká y todas esas estrellas mundiales, pero no puede porque tiene que atenerse a las posibilidades del club que lo contrató. Hay que tratar de hacer lo mejor con lo que se tiene. Entonces, el trabajo de deconstrucción (si, todo cambio requiere trabajo; W) comienza por conocerse a si mismo y darse cuenta de cuáles son las características que deseo mantener, cuáles no y con cuáles definitivamente debo aprender a vivir (características = virtudes y/o defectos).

Tal vez yo podría estar toda mi vida tratando de conocerme sin darme cuenta que permanentemente estoy updateando los datos según los cambios y que al fin no lograré nunca dar con mi propia escencia hasta que mi propio nivel de autoconocimiento me diga "basta, hasta aquí no más llegamos, esto es todo lo que podemos hacer por nosotros, eduquemos a nuestros jóvenes y dejemos algo en esta tierra". Luego, en el caso ideal, serán los jóvenes los que deberán seguir mejorando.

Al final, ¿necesito reinventarme?. Según mi juicio y muy en lo personal, lo que realmente me llama la atención es la deconstrucción, es decir, el autoconocimiento. Me imagino al relojero desarmando el mecanismo de un reloj mecánico y ordenando todas aquellas piececillas con delicadeza. Conociendo todos los engranajes, palancas, resortes, tornillos micrométricos y su función dentro del tren de fuerzas y vectores que trabajan para lograr una correcta medición del tiempo. Una vez conocidas todas estas piezas, una vez seamos expertos, entonces armar, desarmar, corregir o reparar, puede ser mucho más fácil, ¿no crees?


MTM

jueves, 8 de noviembre de 2007

El Árbol de la Vida y los subgéneros de la Ciencia Ficción

Hola,

Árbol de la vidaHe publicado un artículo en TauZero, revista electrónica de ciencia ficción, que se titula "El Árbol de la Vida y los sub-géneros de la Ciencia Ficción", inspirado por el entusiasmo de fomentar la lectura de este género y de conocer un poco más de lo que se puede esconder en esta extraña dimensión paralela que parece estar al margen de la literatura.

Pero esta dimensión existe y vive un momento muy importante en la actualidad nacional dado al esfuerzo de un grupo de escritores que ha publicado en los últimos años tales como Jorge Baradit, Francisca Solar entre otros varios que construyen una especie de renacimiento de la ciencia ficción. Tales señales se han manifestado con el Premio obtenido por Jorge en el UPC 2006 y en la exitosa acogida de la publicaciones y charlas en la última FILSA.

Entonces, ¿cómo no inspirarse cuando se vive un momento como este?

El artículo se puede leer aquí. Deja tu comentario.

Saludos a todos y larga vida a la Fantasía.

MTM

PD. En Octubre del 2008 se publica también en el Círculo Literario de Maipú.

miércoles, 18 de julio de 2007

El Desierto de Beatriz (1º Parte)

1. El Viaje.

Beatriz viajaba cómodamente manejando su 206 por Avenida Kennedy después de una reunión de trabajo. La autopista es rápida a estas horas de la tarde y el gris cielo de la ciudad ya se tornaba anaranjado. Luego violeta.
Las luces de la capital poco a poco comienzan a encenderse y a marcar con más claridad sus movedizas arterias al compás del diario retorno a casa.

Beatriz conducía su auto con la cabeza apoyada en su mano izquierda observando el hermoso atardecer. Suspiraba cansada mientras jugaba con su pelo ondulado. Inevitablemente su mente comenzó a inundarse de imágenes... voces… olores y sentimientos.
Parecía que, de un momento a otro, tenía demasiado peso sobre sus hombros.
Ama su trabajo, pero odia la enorme presión que debe asumir como constructor civil. Los ritmos en una obra en construcción son vertiginosos. El reloj y el calendario le dan punzadas en su espalda exigiendo avance día tras día. Además se debe enfrentar periódicamente con el duro machismo de la construcción. Cada día debe demostrar sus capacidades y profesionalismo con entereza y templanza. Su labor debe ser siempre perfecta. Horriblemente perfecta. Casi no existe minuto en el día en el que ella no piense en su trabajo… de hecho, otra vez lo estaba haciendo.

El auto bajaba veloz por la autopista extrañamente solitaria a estas horas. Beatriz se cercioraba de la ausencia de otros vehículos mediante el espejo central mientras corregía su posición y suspiraba. Recordaba a su pololo que solía sentarse de copiloto en ese mismo auto. Hacía casi una semana que habían tenido esa estúpida discusión que terminó con un portazo y un par de maldiciones al viento. Siempre sus discusiones eran estúpidas. Pequeños detalles y gestos que día a día iban cavando un oscuro pozo del cual ya no había salida. Toda esta presión la hacía decir cosas que no debía. Tan solo era cuestión de tiempo. Últimamente tenía un genio de los mil demonios. Ni ella se soportaba.
_¡Esto es horrible! –pensaba haciendo una mueca de tristeza y tragándose aquél nudo que ataba su garganta.

Con la mirada perdida en el atardecer, Beatriz continuaba camino a su departamento mientras le subía el volumen al tema de Sinergia que comenzaba a sonar en la radio. Una canción alegre que la hacía sonreír por primera vez en el día. ¡Por primera vez en el día! Tan solo pensar en eso le hizo soltar una lágrima. Llevó las manos a sus ojos y, al volver a abrirlos, dos círculos luminosos cegaban su vista.
Una grave bocina y un golpe seco lanzó al vehículo fuera de la vía estrellándose contra una barrera de contención y deteniéndose en el acto, en una nube de polvo y fierros retorcidos.
El silencio y quietud que luego inundó el ambiente contrastaba con el normal bullicio de la movediza ciudad que continuaba con su funcionamiento habitual.

2. El Despertar.

Una cálida brisa acariciaba el rostro de Beatriz que de a poco recuperaba la conciencia. Su vista estaba borrosa y su boca seca. Sentía los labios partidos y... _¿dónde estoy? –parecía preguntarse. Sentía un ardor salino en los labios. _Dolor. –pensaba. _Al menos estoy viva… –decía mientras recobraba lentamente la posición vertical.
Sentía arena bajo su cuerpo. Vestía ropas holgadas y blancas, similares a las que usan los beduinos. Ya empezaba a confundirse ante tal situación. Se refregó los ojos para aclarar un poco más la vista y se le revolvió el estómago con lo que vio: Estaba en medio de un infinito desierto.
Dunas serpenteaban en el horizonte y el sol ya comenzaba a elevarse sobre el firmamento iluminando el cobrizo paisaje. Beatriz dio un giro buscando algo de vida antes de vomitar en el seco desierto que ya comenzaba a tomar temperatura.
Trató en vano de entender la situación. Sus últimos recuerdos le traicionaban. Viajaba en su auto. Estaba en su trabajo en medio de planos de una obra en construcción. Escuchaba una canción divertida mientras acariciaba el rostro de su novio. Luces que le cegaban. Y... nada más.
Prefirió no tratar de entender. Era una mujer de acción, así que comenzó a caminar donde había decidido que quedaba el norte. No tenía ningún motivo pero le parecía una buena dirección. Era mejor que quedarse y dejar que el sol cocinara su carne y sus huesos, además que el norte siempre le había significado el logro de objetivos. Una guía a seguir. Tal vez tendría suerte.

Tras un par de horas de caminata, el sol se encontraba en la cúspide y el paso de Beatriz ya no era el mismo. La pesada arena consumía lentamente sus piernas y la deshidratación de su cuerpo comenzaba a cobrar una cruel deuda. Ya comenzaba a moverse por inercia cuando algo vio en el ondulante horizonte: Un grupo de jinetes se acercaba.
Vestidos como ella parecían beduinos reales. Árabes quizás. Sus rostros estaban cubiertos por sedas y le parecía ver a cuatro de ellos... No, eran cinco que, cimitarra en mano, cabalgaban directo hacia ella. Al ver bajo sus ropajes unos ojos furiosos, la mujer pudo darse cuenta que no eran amigables. Comenzó a correr tratando de escapar de los jinetes pero estos no tardaron en alcanzarla. Un beduino que montaba un enorme caballo negro logró embestirla con el pecho de la bestia. Beatriz ya no tenía fuerzas para levantarse pero desafió al grupo de hombres con una mirada que tenía el poder del trueno. Uno de ellos rió, quizás celebrando aquél gesto de valentía.
El hombre del desierto comenzó a formular unas cuantas palabras en un idioma extraño mientras desenfundaba una cimitarra la que levantó en dirección de la mujer que a duras penas lograba ponerse de pie. Beatriz levantó el rostro sin dejar de mirar a su ejecutor. Desafiante. Casi inmutable mientras escuchaba las extrañas palabras que sonaban a sentencia de muerte. De pronto un silbido cruzó el cielo cortando el aire. Luego el silencio. _¡Sarraceno! –fue el grito que Beatriz escuchó antes de darse cuenta que el beduino que tenía la cimitarra a lo alto caía de su caballo con una flecha que cruzaba su cabeza. Vio el cuerpo tendido a sus pies mientras su carne y huesos se convertían en arena y polvo. _¡Esto debe ser una pesadilla! –pensó casi con lágrimas en los ojos.
A su alrededor se trenzaba una pelea a punta de espadas. Un segundo grupo de jinetes vestidos con túnicas blancas y una cruz roja en el pecho luchaban contra los sarracenos. Verdaderos caballeros cruzados que peleaban con maestría formando un círculo alrededor de Beatriz para protegerla. Con mucha habilidad los caballeros derrotaban a sus rivales que, tras cada golpe letal, se desintegraban en una nube de arena y polvo.
De pronto la batalla cesó. Tan solo estaban Beatriz y los cuatro caballeros cruzados que la habían rescatado. Uno de ellos desmontó su caballo y se dirigió a la mujer.
_No temáis peregrina. –dijo a través del yelmo con una voz que Beatriz reconoció como cercana-. Es nuestra misión protegeros a vos y a los hermanos de fe que han caído en el desierto de la desesperanza-. Pero no debierais estar aquí… suspiro el caballero para sus adentros.
Beatriz no estaba para entendimientos. Tenía los labios partidos, la boca seca y sus músculos temblaban por el cansancio. Tan solo se dejó caer en los brazos del caballero quien la subió a su caballo.
Sintió que un aura de protección la abrazaba.
_Mi nombre es Gondemar. Os llevaremos a nuestra Ermita. No está muy lejos de aquí. Ahí podremos daros agua y mejores cuidados. –dijo el caballero que ya galopaba sobre la espesa arena del desierto. El intenso olor a ozono que comenzó a inundar el paisaje significaba solo una cosa para Gondemar: _Hermanos! Corred con todas vuestras energías a los paisajes rocosos… el Dragón azul nos sigue desde las alturas –La bestia con el color del cielo daba vueltas en redondo sobre una hilera de jinetes sarracenos que veían cómo los caballeros se refugiaban en la cubierta rocosa.
_Bajo la protección del espíritu del Baphomet será difícil que nos sigan… –dijo al fin Gondemar.
_¿Será la primera Hagal? –dijo un compañero que cabalgaba a su lado- sino, no se cómo se explica aquel maldito demonio.
_¡Que Dios nos ampare si es una Hagal, hermano Bernardo!… –exclamó Gondemar- …eso significaría que la guerra se declarará en todos los planos.

Beatriz se hundió en el pecho de Gondemar y se quedó profundamente dormida mientras el grupo se introducía bajo la seguridad de las paredes de piedra.


3. La Soledad.

Cuando Beatriz despertó se encontraba en una habitación de piedra. No había más mobiliario que una cama, una silla y un cubo de madera con agua. El cuarto estaba en penumbras y todo parecía muy antiguo. Medieval. Recordaba haber tenido un sueño placentero. Se sentó en la cama y respiró profundamente. Ahora se sentía un poco más tranquila… hasta que empezó a recordar.
_¿Qué diablos me ha pasado? –Era el primer momento en que se encontraba sola con sus pensamientos y su mente empezó a dar vueltas. Beatriz se esforzaba por ordenar sus ideas y emociones, pero la confusión seguía creciendo. Creyó estar muerta y el miedo brotó desde lo profundo de su estómago como una afilada lanza que estalló al resto de su cuerpo haciéndola temblar. No sabía si llorar, gritar, huir o qué. Caminaba al borde de la locura.
De pronto, en el desfile de ideas confusas que transitaban por su cabeza sin orden lógico, encontró un cable a tierra. Un caballero medieval la había salvado y le había hablado con la voz de su pasado. Aquella voz que le consolaba en las noches de llanto cuando era un bebé y que le daba palabras de aliento cuando era niña. La voz que imponía respeto y educación en su juventud y que siempre la hizo sentir protegida bajo sus fuertes brazos. Era la voz de su padre.
Recordó entonces todo el amor que sentía por él, incluso pasados ya quince años de su muerte en aquel fulminante accidente en la mina a rajo abierto de los Pelambres. Su vida había cambiado desde entonces. Fue desde aquel momento que todos los esfuerzos de Beatriz estuvieron centrados en cubrir el espacio afectivo y proveedor que la muerte de su mentor le había dejado. Sus metas y proyectos fueron dirigidos para transformarse en el pilar de su familia… y lo había logrado. Era una profesional solvente y exitosa, pero a cambio había renunciado a su propia vida. La relación con su familia era un derroche de altruismo y escudaba su debilidad emocional tras una máscara de fortaleza y templanza. De vez en cuando lloraba en la oscuridad. En los rincones donde nadie la veía. Y ahora, en este absurdo sueño, ese caballero había hablado con su voz y la había hecho sentir protegida como antes.
Beatriz volvió a llorar en silencio. Recién ahora se había dado cuenta de todo lo que había cambiado desde entonces. De las etapas que se había saltado en su juventud y que le habían faltado por vivir. De su brusco giro de los juegos de niñez a la responsabilidad y el trabajo de la vida adulta. Luego volvió a dormir.


4. El Pasado.

Fuertes pasos sonaron en el pasillo y repicaron en innumerables ecos que despertaron a Beatriz de su segundo sueño. Un golpe en la puerta. Luego dos más.
_¿Quién es? –preguntó Beatriz con nerviosismo.
_Gondemar… –respondió dubitativo –Hija… soy yo, Manuel… tu padre.
Beatriz abrió la puerta con los ojos brillantes. Esta vez tenía el rostro descubierto y lo reconoció tal cual como lo recordaba y como lo soñaba permanentemente con su pelo oscuro y barba recortada. ¿Será que estaría soñando otra vez?. No le importaba. Lo abrazó con toda su fuerza. Sus ojos pardos la miraban con la misma ternura de su niñez. No había duda, era su adorado papá que había perdido cuando era tan solo una adolescente.
_¿Qué está sucediendo papá? –era una de las mil preguntas que atestaron la mente de Beatriz.
_¡Hija mía! Qué difícil es explicar todo esto –dijo con un tono suave mientras acariciaba sus cabellos. –En realidad ni siquiera yo lo sé muy bien. Sé que tenemos una misión que es de vital importancia. Cuando hables con Él lo sabrás mejor… o tal vez no, pero lo sentirás desde lo profundo de tu corazón.
_¿Él? ¿Quién es Él? ¿A quién te refieres?
_Él no tiene nombre, pero tiene una enorme sabiduría. Él nos dirige a través de la fe en la constante batalla contra los sarracenos en las tierras sagradas y profanas. Pronto lo conocerás mi niña. De seguro guiará tu alma como lo hizo con nosotros. De momento abrázame que tenemos mucho que conversar… ¿qué tal está tu madre y tus hermanos?...

Beatriz y su padre conversaron un par de horas caminando por los jardines de lo que parecía era un castillo. Pasearon por sendas de piedra entre flores y densos arbustos en los cuales se posaban las aves y mariposas. Un oasis de tranquilidad. Beatriz le contó de su vida y su familia, de lo difícil del trabajo, de su amor frustrado y de sus pocos pero buenos amigos.
_...te he extrañado tanto papá. ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué estás aquí? –preguntó al fin. Su padre suspiró con resignación.
_Yo ya no pertenezco a tu mundo hija. Aquél día en las faenas de la mina… –se detuvo para hacerse valor por rememorar tiempos difíciles y dolorosos- …estábamos trabajando con los explosivos en el sector del rajo, en los Pelambres ¿recuerdas? –…cada día de mi vida, pensó Beatriz- …según geología teníamos una veta importante que extraer. El trabajo de tronadura no tuvo problemas… bueno… excepto por lo que encontramos. Un bloque de un material extraño y brillante. Tenía una base cuadrada de un metro y medio y una altura de cuatro metros al menos. Estaba perfectamente pulido sin señal de haber sido afectado por los explosivos. Era un elemento maravilloso el cual reflejaba su entorno con exactitud, como un fino espejo. ¡Maldita sea! ¡Era hermoso!... Aquellos que fuimos testigos de ese milagro quedamos impresionados sin saber que hacer… pero de pronto vino aquél resplandor y el bloque se abrió como un muro espejado. Reflejó la luz del sol directo sobre nosotros y comenzaron a salir esos demonios sarracenos y sus enormes caballos. Alzaron sus espadas sobre mis compañeros y sobre mí… –sus palabras empezaron a temblar mientras comenzaba a quebrarse por el recuerdo de aquella cruel matanza. El puño apretado era cómplice del intenso dolor por revivir aquél momento y una solitaria lágrima bajó por su rostro. Beatriz lo abrazó con ternura. _Ahora sirvo a los caballeros del templo en la protección de los peregrinos que llegan al desierto de la desesperanza. Cuido de ellos para que no sufran el mismo destino que sufrí yo. –concluyó Gondemar.
Beatriz aún no sabía qué pensar. Tan solo se quedó mirando el azul del cielo aprovechando aquellos minutos de paz junto a su padre.


Continuará...


lunes, 2 de abril de 2007

Teoría de la Felicidad

La Felicidad. Aquél bien tan preciado que uno busca y busca en la vida, como una meta, un objetivo que alcanzar, pero… ¿Qué es realmente la felicidad? ¿qué es lo que buscamos? Preguntas que se vienen haciendo desde la época de los filósofos griegos y cuyo estudio fue denominado Eudemonismo.

El Eudemonismo es una de las corrientes de la ética el cual considera que el principal motivo de la conducta del hombre es el anhelo de felicidad. Esta felicidad puede ser personal (eudemonismo individualista) o colectiva (eudemonismo social). La ética eudemónica, por su sentido activo y por su humanismo, es diferente a la cristiana pues llama a alcanzar la felicidad en la tierra y no en el reino de los cielos. Sin embargo, el eudemonismo preconiza sus normas en calidad de reglas comunes a todos los hombres en una sociedad constituida por clases antagónicas, donde no hay una moral única ni puede haberla.

El concepto Eudemonismo viene del griego eudaimonía, que significa felicidad y Aristóteles fue quien dejó establecido que todos los hombres se proponen alcanzar la felicidad como el bien más final que pueda existir; aquello que es apetecible siempre por sí mismo y jamás por otra cosa.

La tesis de Aristóteles era que la felicidad consistía en la posesión de la sabiduría, por lo cual solo estaba al alcance de aquellos que tenían uso de la razón, que es la característica única de los hombres. La felicidad es la acción del alma en consorcio con el principio racional.

El filósofo reconoció algunas de las condiciones necesarias para la felicidad, entre ellas: las necesidades o condiciones económicas básicas y la libertad personal.

Hoy en día no podemos desligar los aspectos materiales a la felicidad, al igual que en los tiempos de Aristóteles, ya que no podemos concebir la felicidad en la pobreza material y económica (al menos para las necesidades básicas), así como también en una sociedad que no respeta los derechos mínimos de sus miembros tales como la libertad. Estos términos dejarían fuera a una cantidad importante de la comunidad en su posibilidad de conseguir la felicidad ya que la pobreza social es evidente y la libertad está limitada por una vida en comunidad.

De cualquier manera, no podríamos pensar que la felicidad nos puede llegar tan solo con el hecho de satisfacer las necesidades básicas o económicas ya que hay aspectos sociales que participan en el desarrollo de ésta, tales como los éxitos profesionales, emocionales, académicos, etcétera, o en el buen estado de la salud. De inmediato se me vienen a la mente el trío de palabras sostenidas desde mi niñez para el logro de la felicidad: “Salud, Dinero y Amor”.

También hay que tener presente las relaciones que se originan entre el tipo de felicidad (consumismo, hedonismo, permisividad) y las conexiones con las relaciones sociales (familia, amigos, medios de comunicación, profesión, etc.) que, casi siempre, hacen una imagen de tal tipo de felicidad y que extiende a los individuos que pertenecen a grupos sociales específicos. Es decir, el tipo de felicidad que pretendemos depende del tipo de sociedad en que vivimos y nos desarrollamos.

Podemos concluir entonces que no podemos concebir la felicidad en la pobreza y además es difícil creer en la felicidad aristotélica si existe discriminación, intolerancia y violencia en la sociedad. Ni podemos permitir que los conceptos de felicidad de algunos lo sean de infelicidad para otros.

Hay quienes sostienen que la felicidad es un mito y que realmente no existe como un estado permanente, sino momentáneo, es decir, “momentos felices”. Lo que el eudemonismo explica es que la felicidad es el grupo de condiciones que nos hacen sentirnos felices y son aquellas condiciones las que queremos buscar toda nuestra vida, unas veces con éxito y otras no.

Aquí es donde juega nuestro rol como miembros de la sociedad ya que solo de nosotros depende el tipo de felicidad que queremos obtener.

¿Qué es lo que nos hace sentirnos felices?.

jueves, 22 de febrero de 2007

Leyenda del Hombre Sombra - Capítulo II

Ver Capítulo I
Caminando por un frondoso bosque la vi crecer.
Hermosa flor de pétalos dorados y mágica alegría.

Por los bosques una figura desconocida vaga protegido por la oscuridad de la noche.

Una imponente silueta camina lenta y silenciosamente con el rostro cubierto por el ala de su viejo sombrero en medio de grandes y viejos árboles. El frondoso follaje no deja ver el cielo ni siquiera durante el día.

El rumbo es incierto, incluso para él. Busca algo que en largos siglos no ha encontrado. No sabe nada, solo espera que el destino tropiece con él.

Extrañas cosas suelen suceder en estos bosques… Extraños seres lo habitan.
No tan distinto a ellos era aquel hombre que invadía la región con su presencia.

De pronto detiene su andar y mira a su alrededor. Está cansado y este parece ser un buen lugar para hacer un alto. Saca una vieja libreta de su abrigo y dibuja el entorno en el que se encuentra. Traza largas y firmes líneas con una afilada pluma. Luego duerme y se confunde con la sombra.




En otra sección de la foresta una pequeña figura se mueve ágilmente por sobre las ramas. Persigue a algún animal que huye desesperado ante la insistencia de su acechador. Avanza a saltos, de rama en rama, velozmente con habilidad natural. El cazador, con una destreza notable, saca un arma arrojadiza y la clava certeramente en la presa que cae irremediablemente al piso.

El perseguidor revela su apariencia al bajar a buscar su alimento con una leve sonrisa de satisfacción por su trabajo. Era un ser pequeño, de poco más de un metro de altura pero de proporción humana y hermoso rostro femenino. Suspira junto a la presa mientras acomoda las escasas pieles que cubren su cuerpo. Recupera su cuchillo y lanza unos agudos aullidos en clave animal, como llamando a sus compañeros. El silencio cubre el bosque... Insiste con una seguidilla de grititos y gemidos pero, al parecer, se ha alejado mucho de su habitual zona de caza. No hay respuesta del viento.

Preocupada prepara su presa para volver rápidamente con los suyos.

De pronto el bosque le habla. No está sola. Apura su trabajo ante el acecho de cientos de ojos furiosos y brillantes que han sido atraídos por la sangre… y por el hambre.

Bestias peludas y fornidas salen desde el follaje. Gruñen y babean acercándose lentamente decididos a hacerse con un trozo de carne. El peligroso cazador se transforma en presa. El miedo la invade mientras huye desesperadamente a buscar refugio en las alturas… ¡Arroja la presa! Se dijo a sí misma, mientras los animales ya comenzaban a disputarse el botín. Eso le dará un poco de tiempo, mientras aferraba con fuerza su puñal y se disponía a escalar un viejo tronco. ¡Esta es su única oportunidad!

Con su habilidad natural corre y salta sobre el viejo árbol justo cuando siente una voraz mordida en la pierna. Con un grito desesperado cae a merced de la bestia.


***


El ruido de animales hambrientos ha despertado al extraño ser que emerge desde lo profundo como saliendo de un espeso agujero oscuro. Las sombras de los árboles se alargan y se recortan ante el paso veloz del ermitaño, como si tuvieran vida y quisieran alcanzarlo y devorarlo. Un conjunto de negras serpientes que tratan de liberarse de su fuente.

Siente curiosidad por la causa que ha despertado la furia de las bestias lobo del bosque. Últimamente habían estado intranquilas. Últimamente todo lo había estado y sentía que primera vez en su existencia que las cosas estaban cambiando. Sutilmente lo veía en el vibrar de las hojas, en el vuelo de los pájaros, en la corriente del río y en el ángulo de la piedra. Estaba en el aire, en el bosque… en las bestias lobo.

Vio a las fieras rodear un indefenso ser que sangraba de una pierna. Normalmente hubiera dejado que los animales se alimentaran ya que no acostumbraba intervenir en el ciclo natural de la vida. Sabía que estas bestias tenían cachorros que alimentar y que no había maldad en sus acciones. Era natural. Pero esta vez el hombre sombra obró distinto. Fue fulminado por un par de ojos de niña que le suplicaban ayuda. Que le suplicaban intervención. ¡Ahora!

Desde su abrigo hace resplandecer una gran espada. Se hace un corte en la mano y susurra un par de palabras en un idioma extraño. La sangre gota a gota empapa el filo de la espada y con un suave soplido de sus labios envuelve la hoja con una llama incandescente. Él debe ayudarla. Algo en su interior se lo dice. Lo obliga a hacerlo.

La pequeña estaba aterrada y sorprendida. Nunca había visto a aquellas bestias y menos a un humano, sus abuelos contaban terribles historias sobre ellos. Se sintió perdida. Ya había perdido mucha sangre y no tenía recursos ni fuerza para escapar. Miró a los ojos del hombre antes de que su vista se volviera borrosa y cayera en inconsciencia.


***


La niña de los árboles duerme tranquilamente. Tiene un sueño placentero. Alguien la visita. Es una mujer que le dice palabras hermosas, palabras con amor. Le acaricia el rostro. Ella lo siente profundamente y sonríe. Confía en la visitante y la deja entrar en su alma. Camina por sus recovecos y le deja un mensaje guardado junto a sus recuerdos de niñez, de cuando era un bebé. La mujer mece a la niña en sus brazos y la besa en la mejilla con ternura antes de esfumarse en un mar de flores que se deshojan al viento. La bebé está sola, pero no siente miedo, porque sabe que desde las sombras alguien la protegerá.

La conciencia se recupera. La pequeña está cubierta con piel de animal. Su pierna había sido curada y cicatrizada. Estaba junto a una fogata encendida con un conejo sobre ella. Una voz ronca y desconocida le habla:

-Hay muchas hierbas curativas en este bosque –comenta el hombre.

La pequeña se envuelve en las pieles y retrocede con desconfianza.

-Come algo, debes estar hambrienta, hace más de dieciséis horas que has estado inconsciente. –él tenía razón, estaba hambrienta.

Se acercó tímidamente y cogió un trozo de carne. A todo momento miraba aquella extraña figura sin saber si confiar o temer. Los jefes de tribus y sus antepasados le habían enseñado lo malvados que eran los humanos, depredadores de la naturaleza, una verdadera peste para el mundo. Cazaban y cosechaban sin control, ensuciaban y transformaban el entorno en el que vivían, exterminaban a los pequeños seres que les molestaban, todo lo destruían… y luego se iban. En épocas pasadas los suyos habían decidido sumergirse en los inhóspitos bosques para no toparse con ellos. Desde entonces les llamaron “seres de las ramas” porque casi no bajan al piso y se esconden de cualquier viajero o vagabundo que pase por sus tierras. Pero este forastero le hacía sentir algo distinto. Le había salvado la vida.

-¿Qué ha pasado con las bestias lobo? –se atrevió a preguntar la pequeña- ¿los has matado?.
-No, no lo he hecho. –responde con un gesto que supone una sonrisa- he negociado con ellos…

A pesar de que la niña de las ramas pensó que hablaba irónicamente, lo que decía el hombre era cierto. Había intervenido entre los hambrientos animales y la pequeña con su espada en llamas y espantó a un par de cuadrúpedos que intentaban atacar. Una de las bestias lobo se adelantó al resto del grupo:

-¿Qué haces caminante de las sombras? –le dijo mentalmente en gruñidos desafiantes- nosotros no nos metemos es vuestros asuntos. Esa presa la hemos cazado nosotros y nos pertenece.
-Perdona mi indiscreción Razeth, pero debo proteger a esta pequeña. –dijo la sombra humana casi en una súplica. El jefe de las bestias lobo dio un bufido.
-Las presas están escasas últimamente. Mi manada pasa hambre y solo los más fuertes hemos salido en busca de alimento. Hemos abandonado las explanadas y hemos entrado en estos bosques malditos como última opción… ¡no nos iremos con las manos vacías, humano! –Las peludas bestias no estaban dispuestas a abandonar su botín.
-Te compensaré con quince conejos Razeth… y prometo no volver a molestaros. –Era una buena oferta. Habían visto varios en ese bosque pero no eran hábiles cazadores en la foresta. Los conejos tenían escondrijos en todas partes y la abundancia vegetal estorbaba sus movimientos. No era como perseguir gacelas en el campo en donde eran capaces de hacer una exquisita cacería en equipo. Ahora éstas habían desaparecido hace algún tiempo y ellos estaban muriendo de hambre.
-¿Porqué es tan importante esta presa para ti, caminante de las sombras? siempre has estado solo. –espetó el líder.
-Debo protegerla Razeth, por favor acepta la oferta. –el hombre sombra no sabía porqué la protegía, había algo en su interior que le decía que era importante hacerlo.
-Que sean veinte conejos, humano. Te esperaremos por la salida norte del bosque. Mikela se quedará contigo, yo ya estoy harto de los chillidos que hay aquí. –La fina audición de las bestias lobo se veía afectada por los sonidos del bosque, definitivamente no era su lugar. La decisión de guiar a la manada en una emigración en busca de un mejor lugar ya estaba tomada.

Mikela, un joven e impetuoso bestia lobo, acompañó y observó al hombre sombra mientras colectaba hierbas y preparaba ungüentos para curar a la niña de las ramas que yacía inconsciente. Luego se admiró de la habilidad humana para preparar trampas y lazos para capturar conejos y observó la destreza del hombre en el manejo del arco y la flecha. En menos de doce horas de trabajo y cacería ya había conseguido las presas suficientes para alimentar a la manada de Razeth.

El hombre sombra preparó una ingeniosa ristra en donde colgó las presas y acompañó a Mikela a la salida norte del bosque. Mikela se despidió con un honesto gesto de admiración y agradecimiento en sus ojos y se marchó con la ristra sobre su lomo.

Pero esto ya se había superado. La pequeña de las ramas ya se encontraba sana y eso lo hacía sentir muy bien. Pero no sabía porqué. Algo lo había motivado a actuar. Era extraño, ya era de día pero la luz del sol no lograba vencer la densidad de hojas y las ramas que cubrían el cielo… todo seguía oscuro, tal como le gustaba.

-Tu gente te busca… lo han hecho toda la noche. Ya están cerca y debes ir con ellos. –le dijo a la pequeña mientras empezaba a sumergirse en la sombra, justo en el hueco de un árbol- yo debo irme…
-¡Espera! –gritó la niña- ¡mi nombre es Myra!
-No lo olvidaré… –murmuró el hombre antes de hundirse y desaparecer por completo en la oscuridad.

La niña de las ramas corrió rápidamente al hueco del troncó y lo examinó. Solo habían cortezas secas. Ya no había nada ahí. Pero dentro de ella algo si había quedado. Un sentimiento guardado en lo profundo de su alma y sus recuerdos.



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