martes, 13 de febrero de 2018

Sentado en el Muro

ilustración por natisanalien
http://instagram.com/natisanalien
Querida Silvana,
   Te extraño demasiado. Pienso en ti a cada momento. Tu nombre ha estado en mis visiones desde aquél sueño donde nunca apareciste. Pero tu nombre sí. Lo he pronunciado de muchas maneras. Lo he cambiado. Lo he usado en historias. He creado personajes con cualquiera de sus variaciones. He intentado darle alas y liberarlo para que se expanda por el universo, pero sigue aquí pegado en los muros de mi conciencia. Esa misma conciencia que me dice de lo irracional del sentimiento. De lo injusto y desmedido del sentimiento. Totalmente fuera de lógica y merecimientos. Pero está ahí. Con raíces firmes a mi locura. Atado a mi musa sin importarle nada sobre el concepto de justicia.
   Pensé que podía persuadirte. Pensé que podías quererme. Pensé que querrías que yo te quisiera o que me dejarías amarte. Pero estás ahí. Como una flor sonriente al sol, abierta hacia tu propio destino. Dejas que te admire desde cierta distancia, desde un espacio que yo siento como un muro infranqueable. Una vitrina blindada. Quisiera cortar mis propias cadenas y romper la barrera. Pero no, no es la manera. No es lo que quiero. Te amo demasiado como para hacer eso. Realizar la conquista por la fuerza. Por medio de la destrucción. Derribar castillos y matar dragones para ganar tu corazón no es lo mío. Desde un principio he buscando deslizarme suavemente hasta tocar tu alma. Que sientas lo que yo siento. Con amor. Sin daño. Sin posesión. Con libertad absoluta.
   Tú lo sabes. Tu mirada ámbar me contempló con ternura cuando abrí mi pecho, saqué mi corazón y lo dejé latiendo sobre la mesa. Entonces me dijiste que amabas a otro. Seguiste observando con compasión cómo yo volvía a guardar el órgano palpitante y cerraba las costillas a modo de jaula para volver a contener a ese estúpido soñador. Fingí entereza y madurez. Intenté ocultar mi frustración. Mas esa noche lloré mirando el techo de mi habitación.
   Al día siguiente me preguntaste preocupada acerca de cómo estaba y te mentí. Visceralmente, te deseé mal en tu nueva relación y te lo dije. Me lo hiciste ver con afecto, casi divertida, y me arrepentí de lo que había dicho. Me lo reproché. Estaba frustrado. Muy frustrado sobre mi deseo de ser parte de tu felicidad. Me sentí torpe e impotente.
   Pasaron varios días viviendo al vaivén de la monotonía y ajeno al tiempo antes de que mi mente tormentosa comenzara a calmarse. Me he resignado a amarte desde las sombras.
   Hemos tenido una relación de desencuentros, lo sé. Hemos caminado por veredas contrarias la mayor parte del tiempo. Sin embargo, puedo verte. Puedo seguir admirándote. Puedo ver tus pasos y lo que haces. A veces cruzo y pienso que es especial. Siento que hay algo aquí. Algo diferente y propio de nosotros, pero luego volvemos a caminar nuestros propios caminos y ya no está. Se desvanece o se guarda. No sé. Ya no está. Quizás lo nuestro es como esas flores raras del desierto que nacen en condiciones y momentos muy especiales, pero la mayor parte del tiempo solo son un par de ramas secas.
   Alguna vez me dijiste “tengo defectos”, como diciéndome “no me conoces” y yo solo pensaba en las ganas de enfrentarme a esos defectos y darme cuenta de que aún así, puedo seguir amándote. Pero el deseo es solo mío mientras la gran muralla invisible sigue impoluta entre nosotros.
   Después de que mi última invitación fuera rechazada... decidí guardar silencio. Tomé un fruto del árbol plateado y me senté al borde del muro a observar. Te vi caminar hasta perderte de vista y no volví a saber de tí. Pensé que me extrañarías. Te imaginé volviendo sobre tus pasos como alguien que ha olvidado sus llaves y que me dijeras “Ey! no te quedes atrás. Camina conmigo”. Pero no. Aquí me quedé con una piedra en el pecho, los hombros tensos y con ganas de llorar. De nada me ha servido pensar en que no te mereces mi amor. No te mereces mi pena. Que finalmente no eres la persona que yo pienso que eres. Que no hay cabida para mi en tu vida. Que finalmente pasará lo que soñé aquel día. Que me quedaré con tu nombre, sin tí.
Germán.

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