jueves, 22 de febrero de 2007

Leyenda del Hombre Sombra - Capítulo II

Ver Capítulo I
Caminando por un frondoso bosque la vi crecer.
Hermosa flor de pétalos dorados y mágica alegría.

Por los bosques una figura desconocida vaga protegido por la oscuridad de la noche.

Una imponente silueta camina lenta y silenciosamente con el rostro cubierto por el ala de su viejo sombrero en medio de grandes y viejos árboles. El frondoso follaje no deja ver el cielo ni siquiera durante el día.

El rumbo es incierto, incluso para él. Busca algo que en largos siglos no ha encontrado. No sabe nada, solo espera que el destino tropiece con él.

Extrañas cosas suelen suceder en estos bosques… Extraños seres lo habitan.
No tan distinto a ellos era aquel hombre que invadía la región con su presencia.

De pronto detiene su andar y mira a su alrededor. Está cansado y este parece ser un buen lugar para hacer un alto. Saca una vieja libreta de su abrigo y dibuja el entorno en el que se encuentra. Traza largas y firmes líneas con una afilada pluma. Luego duerme y se confunde con la sombra.




En otra sección de la foresta una pequeña figura se mueve ágilmente por sobre las ramas. Persigue a algún animal que huye desesperado ante la insistencia de su acechador. Avanza a saltos, de rama en rama, velozmente con habilidad natural. El cazador, con una destreza notable, saca un arma arrojadiza y la clava certeramente en la presa que cae irremediablemente al piso.

El perseguidor revela su apariencia al bajar a buscar su alimento con una leve sonrisa de satisfacción por su trabajo. Era un ser pequeño, de poco más de un metro de altura pero de proporción humana y hermoso rostro femenino. Suspira junto a la presa mientras acomoda las escasas pieles que cubren su cuerpo. Recupera su cuchillo y lanza unos agudos aullidos en clave animal, como llamando a sus compañeros. El silencio cubre el bosque... Insiste con una seguidilla de grititos y gemidos pero, al parecer, se ha alejado mucho de su habitual zona de caza. No hay respuesta del viento.

Preocupada prepara su presa para volver rápidamente con los suyos.

De pronto el bosque le habla. No está sola. Apura su trabajo ante el acecho de cientos de ojos furiosos y brillantes que han sido atraídos por la sangre… y por el hambre.

Bestias peludas y fornidas salen desde el follaje. Gruñen y babean acercándose lentamente decididos a hacerse con un trozo de carne. El peligroso cazador se transforma en presa. El miedo la invade mientras huye desesperadamente a buscar refugio en las alturas… ¡Arroja la presa! Se dijo a sí misma, mientras los animales ya comenzaban a disputarse el botín. Eso le dará un poco de tiempo, mientras aferraba con fuerza su puñal y se disponía a escalar un viejo tronco. ¡Esta es su única oportunidad!

Con su habilidad natural corre y salta sobre el viejo árbol justo cuando siente una voraz mordida en la pierna. Con un grito desesperado cae a merced de la bestia.


***


El ruido de animales hambrientos ha despertado al extraño ser que emerge desde lo profundo como saliendo de un espeso agujero oscuro. Las sombras de los árboles se alargan y se recortan ante el paso veloz del ermitaño, como si tuvieran vida y quisieran alcanzarlo y devorarlo. Un conjunto de negras serpientes que tratan de liberarse de su fuente.

Siente curiosidad por la causa que ha despertado la furia de las bestias lobo del bosque. Últimamente habían estado intranquilas. Últimamente todo lo había estado y sentía que primera vez en su existencia que las cosas estaban cambiando. Sutilmente lo veía en el vibrar de las hojas, en el vuelo de los pájaros, en la corriente del río y en el ángulo de la piedra. Estaba en el aire, en el bosque… en las bestias lobo.

Vio a las fieras rodear un indefenso ser que sangraba de una pierna. Normalmente hubiera dejado que los animales se alimentaran ya que no acostumbraba intervenir en el ciclo natural de la vida. Sabía que estas bestias tenían cachorros que alimentar y que no había maldad en sus acciones. Era natural. Pero esta vez el hombre sombra obró distinto. Fue fulminado por un par de ojos de niña que le suplicaban ayuda. Que le suplicaban intervención. ¡Ahora!

Desde su abrigo hace resplandecer una gran espada. Se hace un corte en la mano y susurra un par de palabras en un idioma extraño. La sangre gota a gota empapa el filo de la espada y con un suave soplido de sus labios envuelve la hoja con una llama incandescente. Él debe ayudarla. Algo en su interior se lo dice. Lo obliga a hacerlo.

La pequeña estaba aterrada y sorprendida. Nunca había visto a aquellas bestias y menos a un humano, sus abuelos contaban terribles historias sobre ellos. Se sintió perdida. Ya había perdido mucha sangre y no tenía recursos ni fuerza para escapar. Miró a los ojos del hombre antes de que su vista se volviera borrosa y cayera en inconsciencia.


***


La niña de los árboles duerme tranquilamente. Tiene un sueño placentero. Alguien la visita. Es una mujer que le dice palabras hermosas, palabras con amor. Le acaricia el rostro. Ella lo siente profundamente y sonríe. Confía en la visitante y la deja entrar en su alma. Camina por sus recovecos y le deja un mensaje guardado junto a sus recuerdos de niñez, de cuando era un bebé. La mujer mece a la niña en sus brazos y la besa en la mejilla con ternura antes de esfumarse en un mar de flores que se deshojan al viento. La bebé está sola, pero no siente miedo, porque sabe que desde las sombras alguien la protegerá.

La conciencia se recupera. La pequeña está cubierta con piel de animal. Su pierna había sido curada y cicatrizada. Estaba junto a una fogata encendida con un conejo sobre ella. Una voz ronca y desconocida le habla:

-Hay muchas hierbas curativas en este bosque –comenta el hombre.

La pequeña se envuelve en las pieles y retrocede con desconfianza.

-Come algo, debes estar hambrienta, hace más de dieciséis horas que has estado inconsciente. –él tenía razón, estaba hambrienta.

Se acercó tímidamente y cogió un trozo de carne. A todo momento miraba aquella extraña figura sin saber si confiar o temer. Los jefes de tribus y sus antepasados le habían enseñado lo malvados que eran los humanos, depredadores de la naturaleza, una verdadera peste para el mundo. Cazaban y cosechaban sin control, ensuciaban y transformaban el entorno en el que vivían, exterminaban a los pequeños seres que les molestaban, todo lo destruían… y luego se iban. En épocas pasadas los suyos habían decidido sumergirse en los inhóspitos bosques para no toparse con ellos. Desde entonces les llamaron “seres de las ramas” porque casi no bajan al piso y se esconden de cualquier viajero o vagabundo que pase por sus tierras. Pero este forastero le hacía sentir algo distinto. Le había salvado la vida.

-¿Qué ha pasado con las bestias lobo? –se atrevió a preguntar la pequeña- ¿los has matado?.
-No, no lo he hecho. –responde con un gesto que supone una sonrisa- he negociado con ellos…

A pesar de que la niña de las ramas pensó que hablaba irónicamente, lo que decía el hombre era cierto. Había intervenido entre los hambrientos animales y la pequeña con su espada en llamas y espantó a un par de cuadrúpedos que intentaban atacar. Una de las bestias lobo se adelantó al resto del grupo:

-¿Qué haces caminante de las sombras? –le dijo mentalmente en gruñidos desafiantes- nosotros no nos metemos es vuestros asuntos. Esa presa la hemos cazado nosotros y nos pertenece.
-Perdona mi indiscreción Razeth, pero debo proteger a esta pequeña. –dijo la sombra humana casi en una súplica. El jefe de las bestias lobo dio un bufido.
-Las presas están escasas últimamente. Mi manada pasa hambre y solo los más fuertes hemos salido en busca de alimento. Hemos abandonado las explanadas y hemos entrado en estos bosques malditos como última opción… ¡no nos iremos con las manos vacías, humano! –Las peludas bestias no estaban dispuestas a abandonar su botín.
-Te compensaré con quince conejos Razeth… y prometo no volver a molestaros. –Era una buena oferta. Habían visto varios en ese bosque pero no eran hábiles cazadores en la foresta. Los conejos tenían escondrijos en todas partes y la abundancia vegetal estorbaba sus movimientos. No era como perseguir gacelas en el campo en donde eran capaces de hacer una exquisita cacería en equipo. Ahora éstas habían desaparecido hace algún tiempo y ellos estaban muriendo de hambre.
-¿Porqué es tan importante esta presa para ti, caminante de las sombras? siempre has estado solo. –espetó el líder.
-Debo protegerla Razeth, por favor acepta la oferta. –el hombre sombra no sabía porqué la protegía, había algo en su interior que le decía que era importante hacerlo.
-Que sean veinte conejos, humano. Te esperaremos por la salida norte del bosque. Mikela se quedará contigo, yo ya estoy harto de los chillidos que hay aquí. –La fina audición de las bestias lobo se veía afectada por los sonidos del bosque, definitivamente no era su lugar. La decisión de guiar a la manada en una emigración en busca de un mejor lugar ya estaba tomada.

Mikela, un joven e impetuoso bestia lobo, acompañó y observó al hombre sombra mientras colectaba hierbas y preparaba ungüentos para curar a la niña de las ramas que yacía inconsciente. Luego se admiró de la habilidad humana para preparar trampas y lazos para capturar conejos y observó la destreza del hombre en el manejo del arco y la flecha. En menos de doce horas de trabajo y cacería ya había conseguido las presas suficientes para alimentar a la manada de Razeth.

El hombre sombra preparó una ingeniosa ristra en donde colgó las presas y acompañó a Mikela a la salida norte del bosque. Mikela se despidió con un honesto gesto de admiración y agradecimiento en sus ojos y se marchó con la ristra sobre su lomo.

Pero esto ya se había superado. La pequeña de las ramas ya se encontraba sana y eso lo hacía sentir muy bien. Pero no sabía porqué. Algo lo había motivado a actuar. Era extraño, ya era de día pero la luz del sol no lograba vencer la densidad de hojas y las ramas que cubrían el cielo… todo seguía oscuro, tal como le gustaba.

-Tu gente te busca… lo han hecho toda la noche. Ya están cerca y debes ir con ellos. –le dijo a la pequeña mientras empezaba a sumergirse en la sombra, justo en el hueco de un árbol- yo debo irme…
-¡Espera! –gritó la niña- ¡mi nombre es Myra!
-No lo olvidaré… –murmuró el hombre antes de hundirse y desaparecer por completo en la oscuridad.

La niña de las ramas corrió rápidamente al hueco del troncó y lo examinó. Solo habían cortezas secas. Ya no había nada ahí. Pero dentro de ella algo si había quedado. Un sentimiento guardado en lo profundo de su alma y sus recuerdos.



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2 comentarios:

Anónimo dijo...

muy entrete el segundo capítulo, espero que el próximo lo publiques pronto para no perder el hilo del enganche, y felicitaciones por las fotos, le da muy buena imagen al blog aunque a veces es bueno que cada uno imagine por su cuenta.... te amo amor mío!!

Connie Tapia M. dijo...

la verdad es que siempre me impresionan tus palabras querido hermano, eres un grande... espero seguir leyendo mas y mas de ti

besos