miércoles, 18 de julio de 2007

El Desierto de Beatriz (1º Parte)

1. El Viaje.

Beatriz viajaba cómodamente manejando su 206 por Avenida Kennedy después de una reunión de trabajo. La autopista es rápida a estas horas de la tarde y el gris cielo de la ciudad ya se tornaba anaranjado. Luego violeta.
Las luces de la capital poco a poco comienzan a encenderse y a marcar con más claridad sus movedizas arterias al compás del diario retorno a casa.

Beatriz conducía su auto con la cabeza apoyada en su mano izquierda observando el hermoso atardecer. Suspiraba cansada mientras jugaba con su pelo ondulado. Inevitablemente su mente comenzó a inundarse de imágenes... voces… olores y sentimientos.
Parecía que, de un momento a otro, tenía demasiado peso sobre sus hombros.
Ama su trabajo, pero odia la enorme presión que debe asumir como constructor civil. Los ritmos en una obra en construcción son vertiginosos. El reloj y el calendario le dan punzadas en su espalda exigiendo avance día tras día. Además se debe enfrentar periódicamente con el duro machismo de la construcción. Cada día debe demostrar sus capacidades y profesionalismo con entereza y templanza. Su labor debe ser siempre perfecta. Horriblemente perfecta. Casi no existe minuto en el día en el que ella no piense en su trabajo… de hecho, otra vez lo estaba haciendo.

El auto bajaba veloz por la autopista extrañamente solitaria a estas horas. Beatriz se cercioraba de la ausencia de otros vehículos mediante el espejo central mientras corregía su posición y suspiraba. Recordaba a su pololo que solía sentarse de copiloto en ese mismo auto. Hacía casi una semana que habían tenido esa estúpida discusión que terminó con un portazo y un par de maldiciones al viento. Siempre sus discusiones eran estúpidas. Pequeños detalles y gestos que día a día iban cavando un oscuro pozo del cual ya no había salida. Toda esta presión la hacía decir cosas que no debía. Tan solo era cuestión de tiempo. Últimamente tenía un genio de los mil demonios. Ni ella se soportaba.
_¡Esto es horrible! –pensaba haciendo una mueca de tristeza y tragándose aquél nudo que ataba su garganta.

Con la mirada perdida en el atardecer, Beatriz continuaba camino a su departamento mientras le subía el volumen al tema de Sinergia que comenzaba a sonar en la radio. Una canción alegre que la hacía sonreír por primera vez en el día. ¡Por primera vez en el día! Tan solo pensar en eso le hizo soltar una lágrima. Llevó las manos a sus ojos y, al volver a abrirlos, dos círculos luminosos cegaban su vista.
Una grave bocina y un golpe seco lanzó al vehículo fuera de la vía estrellándose contra una barrera de contención y deteniéndose en el acto, en una nube de polvo y fierros retorcidos.
El silencio y quietud que luego inundó el ambiente contrastaba con el normal bullicio de la movediza ciudad que continuaba con su funcionamiento habitual.

2. El Despertar.

Una cálida brisa acariciaba el rostro de Beatriz que de a poco recuperaba la conciencia. Su vista estaba borrosa y su boca seca. Sentía los labios partidos y... _¿dónde estoy? –parecía preguntarse. Sentía un ardor salino en los labios. _Dolor. –pensaba. _Al menos estoy viva… –decía mientras recobraba lentamente la posición vertical.
Sentía arena bajo su cuerpo. Vestía ropas holgadas y blancas, similares a las que usan los beduinos. Ya empezaba a confundirse ante tal situación. Se refregó los ojos para aclarar un poco más la vista y se le revolvió el estómago con lo que vio: Estaba en medio de un infinito desierto.
Dunas serpenteaban en el horizonte y el sol ya comenzaba a elevarse sobre el firmamento iluminando el cobrizo paisaje. Beatriz dio un giro buscando algo de vida antes de vomitar en el seco desierto que ya comenzaba a tomar temperatura.
Trató en vano de entender la situación. Sus últimos recuerdos le traicionaban. Viajaba en su auto. Estaba en su trabajo en medio de planos de una obra en construcción. Escuchaba una canción divertida mientras acariciaba el rostro de su novio. Luces que le cegaban. Y... nada más.
Prefirió no tratar de entender. Era una mujer de acción, así que comenzó a caminar donde había decidido que quedaba el norte. No tenía ningún motivo pero le parecía una buena dirección. Era mejor que quedarse y dejar que el sol cocinara su carne y sus huesos, además que el norte siempre le había significado el logro de objetivos. Una guía a seguir. Tal vez tendría suerte.

Tras un par de horas de caminata, el sol se encontraba en la cúspide y el paso de Beatriz ya no era el mismo. La pesada arena consumía lentamente sus piernas y la deshidratación de su cuerpo comenzaba a cobrar una cruel deuda. Ya comenzaba a moverse por inercia cuando algo vio en el ondulante horizonte: Un grupo de jinetes se acercaba.
Vestidos como ella parecían beduinos reales. Árabes quizás. Sus rostros estaban cubiertos por sedas y le parecía ver a cuatro de ellos... No, eran cinco que, cimitarra en mano, cabalgaban directo hacia ella. Al ver bajo sus ropajes unos ojos furiosos, la mujer pudo darse cuenta que no eran amigables. Comenzó a correr tratando de escapar de los jinetes pero estos no tardaron en alcanzarla. Un beduino que montaba un enorme caballo negro logró embestirla con el pecho de la bestia. Beatriz ya no tenía fuerzas para levantarse pero desafió al grupo de hombres con una mirada que tenía el poder del trueno. Uno de ellos rió, quizás celebrando aquél gesto de valentía.
El hombre del desierto comenzó a formular unas cuantas palabras en un idioma extraño mientras desenfundaba una cimitarra la que levantó en dirección de la mujer que a duras penas lograba ponerse de pie. Beatriz levantó el rostro sin dejar de mirar a su ejecutor. Desafiante. Casi inmutable mientras escuchaba las extrañas palabras que sonaban a sentencia de muerte. De pronto un silbido cruzó el cielo cortando el aire. Luego el silencio. _¡Sarraceno! –fue el grito que Beatriz escuchó antes de darse cuenta que el beduino que tenía la cimitarra a lo alto caía de su caballo con una flecha que cruzaba su cabeza. Vio el cuerpo tendido a sus pies mientras su carne y huesos se convertían en arena y polvo. _¡Esto debe ser una pesadilla! –pensó casi con lágrimas en los ojos.
A su alrededor se trenzaba una pelea a punta de espadas. Un segundo grupo de jinetes vestidos con túnicas blancas y una cruz roja en el pecho luchaban contra los sarracenos. Verdaderos caballeros cruzados que peleaban con maestría formando un círculo alrededor de Beatriz para protegerla. Con mucha habilidad los caballeros derrotaban a sus rivales que, tras cada golpe letal, se desintegraban en una nube de arena y polvo.
De pronto la batalla cesó. Tan solo estaban Beatriz y los cuatro caballeros cruzados que la habían rescatado. Uno de ellos desmontó su caballo y se dirigió a la mujer.
_No temáis peregrina. –dijo a través del yelmo con una voz que Beatriz reconoció como cercana-. Es nuestra misión protegeros a vos y a los hermanos de fe que han caído en el desierto de la desesperanza-. Pero no debierais estar aquí… suspiro el caballero para sus adentros.
Beatriz no estaba para entendimientos. Tenía los labios partidos, la boca seca y sus músculos temblaban por el cansancio. Tan solo se dejó caer en los brazos del caballero quien la subió a su caballo.
Sintió que un aura de protección la abrazaba.
_Mi nombre es Gondemar. Os llevaremos a nuestra Ermita. No está muy lejos de aquí. Ahí podremos daros agua y mejores cuidados. –dijo el caballero que ya galopaba sobre la espesa arena del desierto. El intenso olor a ozono que comenzó a inundar el paisaje significaba solo una cosa para Gondemar: _Hermanos! Corred con todas vuestras energías a los paisajes rocosos… el Dragón azul nos sigue desde las alturas –La bestia con el color del cielo daba vueltas en redondo sobre una hilera de jinetes sarracenos que veían cómo los caballeros se refugiaban en la cubierta rocosa.
_Bajo la protección del espíritu del Baphomet será difícil que nos sigan… –dijo al fin Gondemar.
_¿Será la primera Hagal? –dijo un compañero que cabalgaba a su lado- sino, no se cómo se explica aquel maldito demonio.
_¡Que Dios nos ampare si es una Hagal, hermano Bernardo!… –exclamó Gondemar- …eso significaría que la guerra se declarará en todos los planos.

Beatriz se hundió en el pecho de Gondemar y se quedó profundamente dormida mientras el grupo se introducía bajo la seguridad de las paredes de piedra.


3. La Soledad.

Cuando Beatriz despertó se encontraba en una habitación de piedra. No había más mobiliario que una cama, una silla y un cubo de madera con agua. El cuarto estaba en penumbras y todo parecía muy antiguo. Medieval. Recordaba haber tenido un sueño placentero. Se sentó en la cama y respiró profundamente. Ahora se sentía un poco más tranquila… hasta que empezó a recordar.
_¿Qué diablos me ha pasado? –Era el primer momento en que se encontraba sola con sus pensamientos y su mente empezó a dar vueltas. Beatriz se esforzaba por ordenar sus ideas y emociones, pero la confusión seguía creciendo. Creyó estar muerta y el miedo brotó desde lo profundo de su estómago como una afilada lanza que estalló al resto de su cuerpo haciéndola temblar. No sabía si llorar, gritar, huir o qué. Caminaba al borde de la locura.
De pronto, en el desfile de ideas confusas que transitaban por su cabeza sin orden lógico, encontró un cable a tierra. Un caballero medieval la había salvado y le había hablado con la voz de su pasado. Aquella voz que le consolaba en las noches de llanto cuando era un bebé y que le daba palabras de aliento cuando era niña. La voz que imponía respeto y educación en su juventud y que siempre la hizo sentir protegida bajo sus fuertes brazos. Era la voz de su padre.
Recordó entonces todo el amor que sentía por él, incluso pasados ya quince años de su muerte en aquel fulminante accidente en la mina a rajo abierto de los Pelambres. Su vida había cambiado desde entonces. Fue desde aquel momento que todos los esfuerzos de Beatriz estuvieron centrados en cubrir el espacio afectivo y proveedor que la muerte de su mentor le había dejado. Sus metas y proyectos fueron dirigidos para transformarse en el pilar de su familia… y lo había logrado. Era una profesional solvente y exitosa, pero a cambio había renunciado a su propia vida. La relación con su familia era un derroche de altruismo y escudaba su debilidad emocional tras una máscara de fortaleza y templanza. De vez en cuando lloraba en la oscuridad. En los rincones donde nadie la veía. Y ahora, en este absurdo sueño, ese caballero había hablado con su voz y la había hecho sentir protegida como antes.
Beatriz volvió a llorar en silencio. Recién ahora se había dado cuenta de todo lo que había cambiado desde entonces. De las etapas que se había saltado en su juventud y que le habían faltado por vivir. De su brusco giro de los juegos de niñez a la responsabilidad y el trabajo de la vida adulta. Luego volvió a dormir.


4. El Pasado.

Fuertes pasos sonaron en el pasillo y repicaron en innumerables ecos que despertaron a Beatriz de su segundo sueño. Un golpe en la puerta. Luego dos más.
_¿Quién es? –preguntó Beatriz con nerviosismo.
_Gondemar… –respondió dubitativo –Hija… soy yo, Manuel… tu padre.
Beatriz abrió la puerta con los ojos brillantes. Esta vez tenía el rostro descubierto y lo reconoció tal cual como lo recordaba y como lo soñaba permanentemente con su pelo oscuro y barba recortada. ¿Será que estaría soñando otra vez?. No le importaba. Lo abrazó con toda su fuerza. Sus ojos pardos la miraban con la misma ternura de su niñez. No había duda, era su adorado papá que había perdido cuando era tan solo una adolescente.
_¿Qué está sucediendo papá? –era una de las mil preguntas que atestaron la mente de Beatriz.
_¡Hija mía! Qué difícil es explicar todo esto –dijo con un tono suave mientras acariciaba sus cabellos. –En realidad ni siquiera yo lo sé muy bien. Sé que tenemos una misión que es de vital importancia. Cuando hables con Él lo sabrás mejor… o tal vez no, pero lo sentirás desde lo profundo de tu corazón.
_¿Él? ¿Quién es Él? ¿A quién te refieres?
_Él no tiene nombre, pero tiene una enorme sabiduría. Él nos dirige a través de la fe en la constante batalla contra los sarracenos en las tierras sagradas y profanas. Pronto lo conocerás mi niña. De seguro guiará tu alma como lo hizo con nosotros. De momento abrázame que tenemos mucho que conversar… ¿qué tal está tu madre y tus hermanos?...

Beatriz y su padre conversaron un par de horas caminando por los jardines de lo que parecía era un castillo. Pasearon por sendas de piedra entre flores y densos arbustos en los cuales se posaban las aves y mariposas. Un oasis de tranquilidad. Beatriz le contó de su vida y su familia, de lo difícil del trabajo, de su amor frustrado y de sus pocos pero buenos amigos.
_...te he extrañado tanto papá. ¿Qué pasó contigo? ¿Por qué estás aquí? –preguntó al fin. Su padre suspiró con resignación.
_Yo ya no pertenezco a tu mundo hija. Aquél día en las faenas de la mina… –se detuvo para hacerse valor por rememorar tiempos difíciles y dolorosos- …estábamos trabajando con los explosivos en el sector del rajo, en los Pelambres ¿recuerdas? –…cada día de mi vida, pensó Beatriz- …según geología teníamos una veta importante que extraer. El trabajo de tronadura no tuvo problemas… bueno… excepto por lo que encontramos. Un bloque de un material extraño y brillante. Tenía una base cuadrada de un metro y medio y una altura de cuatro metros al menos. Estaba perfectamente pulido sin señal de haber sido afectado por los explosivos. Era un elemento maravilloso el cual reflejaba su entorno con exactitud, como un fino espejo. ¡Maldita sea! ¡Era hermoso!... Aquellos que fuimos testigos de ese milagro quedamos impresionados sin saber que hacer… pero de pronto vino aquél resplandor y el bloque se abrió como un muro espejado. Reflejó la luz del sol directo sobre nosotros y comenzaron a salir esos demonios sarracenos y sus enormes caballos. Alzaron sus espadas sobre mis compañeros y sobre mí… –sus palabras empezaron a temblar mientras comenzaba a quebrarse por el recuerdo de aquella cruel matanza. El puño apretado era cómplice del intenso dolor por revivir aquél momento y una solitaria lágrima bajó por su rostro. Beatriz lo abrazó con ternura. _Ahora sirvo a los caballeros del templo en la protección de los peregrinos que llegan al desierto de la desesperanza. Cuido de ellos para que no sufran el mismo destino que sufrí yo. –concluyó Gondemar.
Beatriz aún no sabía qué pensar. Tan solo se quedó mirando el azul del cielo aprovechando aquellos minutos de paz junto a su padre.


Continuará...


5 comentarios:

Marcelo TM dijo...

La segunda parte se viene pronto. Prometo que no los haré esperar mucho.

Porfa dejen su comentario o reacción por aquí. Es muy valioso para mi.

Saludos

Anónimo dijo...

Amor mío, gran relato, puedo resumirlo en cautivador y misterioso.
Espero la segunda parte, quedé enganchada y se que tu estás entusiasmado en Publicarlo completo.

Te amo.

Connie Tapia M. dijo...

ya imprimi tu relato y lo leere en la tranquilidad de mi hogar, cuando lo termino comento tu cuento, aunque creo que no me decepsionare... te quiero mucho hermano

Anónimo dijo...

Bueno y????

estoy esperando la segunda parte!!

besos!!

Connie Tapia M. dijo...

sii yo tb, vamos con la segunda parte.... bueno pasaba hoy viernes 14 a visperas de las fiestas patrias, asi que FELICES FIESTAS QUERIDO2 HERMANO!!!
TE AMO MUCHO